“La decadencia de una sociedad empieza cuando el
hombre se pregunta a si mismo: ¿Qué irá ocurrir?, en vez de indagar: ¿Qué puedo
hacer yo?"
Denis de Rougemont
El
mes pasado estuve de vacaciones. Ocurrieron algunos acontecimientos sobre los
cuales no pude opinar. ¡Vacaciones son vacaciones! El primero de ellos fue el
asalto terrorista y terrorífico contra las instalaciones de la revista satírica
Charlie Hebdo. Me llamó la atención el que la opinión pública, es decir, los
dueños de los medios de comunicación social, catalogaron la tragedia como un
ataque contra la libertad de expresión y no como una flagrante violación al más
fundamental de los derechos humanos: la vida. ¿Será por qué si defienden la
vida también habría que defender la de los musulmanes, sean los asesinos de
París o los asesinados por París?
También
me pregunté cuántas veces la revista publicó caricaturas como la de Moisés asando
malvas en la zarza ardiente de Yavé, la del rey David besando románticamente los tiernos labios de Benjamín Netanyahu, la del gallo
francés siendo copulado por un camello argelino o la del hoy San
Juan Pablo II barriendo debajo de la alfombra el escándalo de los sacerdotes
pederastas. ¿Crueles, verdad? Pero publicables de acuerdo al principio de la
libertad de expresión llevado hasta sus últimas consecuencias por Charlie Hebdo.
El
principal blanco de los charlescos es Mahoma. Eso es más que obvio. Sin
embargo, a pesar que ese énfasis me parece una campaña sesgada por el racismo,
coincido plenamente con el poeta hondureño Fabricio Estrada, quien palabras
más, palabras menos dice que todo tema puede banalizarse, convertirse en algo
trivial, común, insustancial; sólo así sanaremos de esa fea enfermedad llamada
verdad absoluta, de esa terrible peste que impele a quienes creen poseerla a
armarse con fusiles de asalto y asesinar a 12 seres humanos.
A
propósito. ¿Cuántos cristianos habrán sonreído en privado con la noticia,
mientras hipócritamente ponían caras de compungidos y cargaban el letrerito: Yo
soy Charlie Hebdo?
El
siguiente tema que quiero comentar es el clima. Hice un recorrido por
Centroamérica. Y por muchos días coincidió mi estadía con la presencia de un
frente frío. El año pasado fue el que registró las más altas temperaturas del
último siglo. El calentamiento global y sus secuelas de rebote son una
realidad. Pero el precio del petróleo bajó. La fracturación hidráulica dio
resultados positivos para el consumidor. ¿Seguro? Posiblemente el consumo
aumentó y, por tanto, miles de toneladas extras de dióxido de carbono fueron
lanzadas a la atmósfera. La actual situación de la industria y el mercado
petrolero, ¿nos habrán acercado más al Armagedón climático? Tic-tac, tic-tac, tic-tac.
Corre el reloj, ¿se nos acaba el tiempo?
Por
último, regresé a mi muy querido y caluroso Panamá y me encuentro con la
sorpresa de que el ex-presidente Ricardo Martinelli Berrocal huyó del país. Me
alegra lo que hay alrededor de ese hecho: una genuina preocupación que busca
poner fin a la corrupción y que desembocó en la presión social que provocó la maravillosa
noticia que me dio la bienvenida.
Sin
embargo, me permito mencionar un detalle, un colosal y fundamental detalle:
Martinelli es fruto de nuestra cultura del juega vivo. Si el ex-presidente es
el demonio, es porque nosotros los panameños somos los mismísimos diablos
rojos. Lo particular del gobierno de ese señor y su partido es que abandonaron
las formas disimuladoras de la corruptela y se caracterizaron por el descaro,
el cinismo y el sarcasmo. Me parece que ese caradurismo permeó la sociedad y
que, aunque haya provocado el asco que llevó a las protestas, no sabemos que
tan podridas quedaron las estructuras que nos mantienen juntos y en armonía.
Hoy más que nunca estoy convencido de mi apuesta por la educación y de la
importancia que tiene para los jóvenes el que los adultos seamos dignos
ejemplos de vida a imitar.
Hasta aquí mis pendientes. Por lo pronto voy a
descansar de mis vacaciones.
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