“Todo lo más
que puede esperar la filosofía es llegar a hacer complementarias la poesía
y la ciencia, unirlas como a dos contrarios bien hechos.”
Gastón Bachelard
Gastón Bachelard
Cuando alguien quiere
decir que algo es absolutamente cierto, repite la gastada frase de esto está
científicamente probado. Y olvida que, en realidad, la ciencia genera más
preguntas que respuestas. Tal vez ese olvido se debe a que, por el gran
desarrollo tecnológico, se piense que la ciencia es infalible. El mundo
científico muchas veces ha tenido que descartar sus argumentos.
Hemos separado
el conocimiento humano; lo partimos en racional e irracional, y todo lo que
huela a esto último es despreciado. Y resulta que, por aferrarnos a la supuesta
seguridad que dan las verdades científicas, nos perdemos lo mejor de la vida:
la sorpresa que trae lo incierto.
La investigación
científica parte de las observaciones, pero resulta que se observa a través de
las ideas que ya se posee y ellas contaminan el observar; además, las
observaciones no pueden aprehender (con hache) la totalidad de lo observado,
así que lo que supuestamente se está aprendiendo (sin hache), no siempre es la
verdad de lo que se está observando.
Así que, a pesar
de mis esfuerzos, gran parte de mi conocimiento no se fundamenta en mis
asépticas observaciones, sino en mi capacidad de construir ideas. En decidir
que acepto como verdad y que rechazo por falso. Siendo así las cosas, mi gran
potencial cerebral consiste en mi facultad de abstracción e imaginación. En mi
habilidad para liberar mi creatividad.
Y esa liberación, paradójicamente, está llena de
incertidumbres y a ratos parece contradecirse, es más, a veces, efectivamente
se contradice. Y es en el arte, en mi caso en la literatura, donde todo ese
potencial de la incierta contradicción se convierte en el demonio de la
creación. Y digo demonio sin ningún temor, es más, lo digo con mucho cariño.