David Classen Robinson Taylor
“La lección más importante es que estar vivo es una
alegría por todo lo que podemos sentir.”
alegría por todo lo que podemos sentir.”
Bruce H. Lipton
6
días de resfriado. Una visita al médico. Otra visita a otro médico. Los días
pasan sin cura. Rumbo al cuarto de urgencias. Cálox, 65 años fumando no pasan
en vano. La sentencia fue dictada. Vi acercarse tu final con una aceleración
constante. Terrible espectáculo.
Recuerdo
que un día me llevaste a comprar Hush Puppies (unos botines de piel), fue todo
un ceremonial, incluyó una visita a un restaurante chino. Cuando regresábamos,
nos bajamos en la entrada de La Radial y un reto flotó en el aire: ¿Qué? ¿Una
carrera hasta la casa? Y arranqué primero que tú, y te saqué una gran ventaja,
y daba de por hecho que te ganaba, y sólo escuché un tropel de pisadas, y me
pasaste cual raudo pura sangre. Cuando llegamos a casa, tú, mamá y mis hermanas
me recibieron con sonrisas burlonas; así de aplastante fue la victoria. Todo
esto fue antes de que mi adolescencia y tu crisis de los cuarenta chocaran en
guerra abierta. Y todos los días que duró esa guerra son nada con el recuerdo
de aquella carrera.
23
días en una cama de hospital. Tus pies hinchados te picaban por regresar a
casa. Algo sospechabas. Una cama fría, a la que nunca te acostumbraste, te
parecía un horrible lecho para terminar. Preferías volver a tu cuarto, a donde
tu y Monina tantas veces hicieron el amor.
Ahora
que soy viejo y pellejo, entiendo y comprendo, que si bien es cierto que Monina
adornó mi vida con libros, por ti soy amante de la lectura; es que te veía
leer, allá en tu esquina del balcón. Años más tarde supe que leías el programa
de carreras de caballo, pero ya el daño estaba hecho, ya yo era un entusiasta lector.
2
días. Mejor dicho, casi dos días. Y después de tu regreso a casa. Y después de ver
como peleabas por respirar. Y después de 41 horas y 25 minutos de angustia.
Triste serenata la del respirador. Te vimos dormir. Te vimos sumergirte en ese
largo sueño que condujo tus pasos de retorno a donde tu amada Monina.
¿Qué
que me queda del miedo de ver acercarse tu final con una aceleración constante?
Me queda que fuiste mi padre. Que a pesar de la guerra, los últimos nueve años
fuimos amigos. Que voy a extrañar tus visitas a mi cuarto. ¿Cómo es que me
llamabas? David, por favor. Y salía yo a escuchar alguna de tus historias.
¿Qué
que me queda del miedo de ver acercarse tu final con una aceleración constante?
En 25 años de docencia he sido testigo de como los padres siembran la discordia
entre los hermanos, y me siento orgulloso al confesar que tú y mi madre Monina,
a pesar de mi exuberante rebeldía, sembraron en sus hijos un profundo y sólido
amor fraternal. Cálox, papá, tus hijas cuentan con un hermano, imperfecto, por
cierto, pero a tiempo completo.
¿Qué que me queda del miedo de ver acercarse tu
final con una aceleración constante? Sólo una cosa más, Cálox. Viviste como te
tocó vivir, nunca te arrepentiste de nada y yo no tengo ningún pesar con ello. Hasta
luego.