sábado, 12 de mayo de 2012

LA ESCUELA DEL ODIO


El prestamista y su mujer (Metsys)

“Las estadísticas dicen que 1200 personas poseen más del 3 por ciento de la fortuna privada mundial, mientras que la mitad de la humanidad apenas cuenta con el dos por ciento de esos bienes.”
Harald Welzer
¿Por qué si la humanidad pudo dejar atrás prácticas como el sacrificio humano en los altares, no ha podido olvidarse del racismo y el feminicidio? ¿Por qué? Porque el racismo y la discriminación de género son las escuelas donde se aprende a discriminar, donde se aprende a odiar al otro. Así se garantiza el status quo de la principal de todas las discriminaciones: la que ejercen los poderosos y ricos, sobre los débiles y pobres.
Si bien es cierto que el mayor y más permanente conflicto humano nació cuando un jefe guerrero se hizo dueño de un pedazo de tierra, también es cierto que no siempre queda claro que el meollo de las pugnas sociales tiene que ver con el control del poder político y de la riqueza. Por ejemplo, ¿cómo relacionar el trato opresor de un esposo sobre su cónyuge con el sistema económico imperante?
Las discriminaciones, para cumplir su misión de mantener intacta a la jefa de todas las exclusiones, se disfrazan de buenas razones: las tradiciones, las buenas costumbres, el orden establecido. Así el discriminador siente que está haciendo un bien marginando a otro ser humano. En realidad, lo único que está haciendo es, directa o indirectamente, defendiendo los intereses de las elites ricas y poderosas de su sociedad.
Resumiendo, para mantener a las mayorías listas a odiar a aquel que atente contra sus intereses, las minorías las entrenan con el racismo y el feminicidio. Es más fácil para un hombre odiar a aquel que grite ¡Abajo la injusticia! Si antes odia a la mujer que dice amar.

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