El prestamista y su mujer (Metsys)
“Las estadísticas dicen que
1200 personas poseen más del 3 por ciento de la fortuna privada mundial,
mientras que la mitad de la humanidad apenas cuenta con el dos por ciento de
esos bienes.”
Harald
Welzer
¿Por qué si la humanidad
pudo dejar atrás prácticas como el sacrificio humano en los altares, no ha
podido olvidarse del racismo y el feminicidio? ¿Por qué? Porque el racismo y la
discriminación de género son las escuelas donde se aprende a discriminar, donde
se aprende a odiar al otro. Así se garantiza el status quo de la principal de
todas las discriminaciones: la que ejercen los poderosos y ricos, sobre los
débiles y pobres.
Si bien es cierto que el
mayor y más permanente conflicto humano nació cuando un jefe guerrero se hizo
dueño de un pedazo de tierra, también es cierto que no siempre queda claro que
el meollo de las pugnas sociales tiene que ver con el control del poder
político y de la riqueza. Por ejemplo, ¿cómo relacionar el trato opresor de un esposo
sobre su cónyuge con el sistema económico imperante?
Las discriminaciones, para
cumplir su misión de mantener intacta a la jefa de todas las exclusiones, se
disfrazan de buenas razones: las tradiciones, las buenas costumbres, el orden
establecido. Así el discriminador siente que está haciendo un bien marginando a
otro ser humano. En realidad, lo único que está haciendo es, directa o
indirectamente, defendiendo los intereses de las elites ricas y poderosas de su
sociedad.
Resumiendo, para mantener a las
mayorías listas a odiar a aquel que atente contra sus intereses, las minorías las
entrenan con el racismo y el feminicidio. Es más fácil para un hombre odiar a
aquel que grite ¡Abajo la injusticia! Si antes odia a la mujer que dice amar.
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