Buho sin luz (Dece Ereo, Panamá)
Ralph Waldo Emerson
Tengo un pequeño defecto. Bueno, ni tan diminuto, pues me ha metido en cada dilema. Incluso, por ese pequeñísimo desperfecto de mi personalidad, hay quienes abandonan velozmente el recinto donde se encuentren, con la sola sospecha de que me estoy aproximando a él.
No vayan a creer que soy un asesino en serie. Dije pequeño, no calamitoso. Tampoco piensen que es que soy un desaseado ajólico. ¿Qué que es un desaseado ajólico? Un ajólico es aquel que de cada diez bocados de alimento, doce están sazonados con mucho ajo. Imagínense ese aliento sin limpieza e higiene bucal. Pero no. Recuerden, dije pequeño, no cochino.
Mi falla es de otra índole. Tiene que ver con el trato que doy a las demás personas. Específicamente, con los diálogos que sostengo; mis conversaciones, por lo general, comienzan muy bien, transcurren mejor, pero terminan fatal. Abruptamente y sin proponérmelo ni planearlo, cometo el asesinato de la tertulia. ¿Qué como soy capaz de hacerlo? No lo hago con mala intención, pero tengo la mejor de las armas. ¡Y las armas son para usarlas! ¿O no?
Aunque me mueve el más excelente de los propósitos, siempre termino por despertar preocupación en mis conversantes. Así es, y eso me entristece. ¿Qué cual es mi defecto? Bien, llegó la hora, ya es tiempo que conozcan mi defecto. Les confieso, señoras y señores, que soy un preguntón compulsivo. Y no cualquier preguntón, sino el más chocarrero de todos los preguntones.
Preguntar es un verdadero problema. Es extraño, porque estamos en los tiempos de los concursos de preguntas. Pero resulta que las preguntas de las competencias televisivas son para ejercitar la memoria. Y a mí me encanta hacer preguntas para hacer pensar. ¿Eso es tan malo?
”Merecer la vida no es callar y consentir tantas injusticias repetidas...”
Eladia Blázquez
Señoras y señores, Soy un preguntón compulsivo. Cuando era niño y mi madre me mandaba a lavar los trastes, yo le obedecía y fregaba los platos y los vasos las pailas sólo por un lado, el de adentro. Ella al percatarse de lo que ocurría, me ordenaba con voz de sargento limpiar bien los trastos; ingenua y torpemente, ¿qué hacía yo? Le preguntaba: mamá, ¿por qué hay que lavar los platos por el lado que no fueron usados? ¡Qué buena derecha tenía mi madre!
Cuando me gradúe de la universidad y me lancé a la calle a buscar trabajo y…no lo encontré. Siempre mi defecto saboteándome. Sólo a mí se me ocurría preguntar en una oficina pública sobre el por qué no veía a nadie hacer nada.
Conseguí trabajo en el sector privado. Descubrí que las piruetas del circo son un detalle inocente al compararse con los malabares que hay que hacer para conservar un trabajo, y descubrí que los buenos compañeros son los que se dejan mangonear y los malos los que no lo permiten, y comencé a escalar la montaña del éxito pisando los rostros ajenos y también aguanté los pisotones en el rostro de los que tienen zapatos más grandes y descubrí que los hijos de los jefes tienen zapatos más grande que los míos y también que los jefes siempre nombran a sus hijos como jefes de departamento y hasta como gerentes. ¿Y yo qué hice?, una pregunta, y ¿a quién?, al jefe, y ¿qué le pregunté? Lo siguiente: ¿Usted cree que dándole el puesto de gerente a su hijo ha hecho lo correcto? Irremediablemente, terminé de patitas en la calle.
¿Qué hago con mi defecto? Ya no sé que hacer. A veces, creo que esa compulsión de hacer preguntas improcedentes, es un problema en mi ADN. Pero, ¿y si hay más mutantes por ahí sueltos? Desde mi alma les grito: “Preguntones del mundo, ¡huyan del paredón”.
2 comentarios:
Hola David. Ya leí tu interesante trabajo. Pero no me preguntes qué me pareció. ¿Estamos? Quedate con la gana y con la duda.
Un abrazo fraternal. Chente.
Excelente, amigo. Ahhh...no eres el único, el problema es que eres uno de los pocos que se atreven a pronunciar sus preguntas. La lógica sólo ofende al ilógico, y la pregunta ofende al dogmático.
Publicar un comentario