“He ahí el único compromiso del creador: comunicar estéticamente el dolor, la tragedia, su crisis existencial, pero también la esperanza y la alegría de vivir, a los otros, desde su trabajo cotidiano con las formas artísticas.”
Adriano Corrales Arias
Cada campaña electoral que he sufrido, ha consistido en la explotación de mi esperanza a beneficio de los candidatos a puestos públicos. Sí, me han prometido cosas que me quedé esperando. Esa experiencia, junto a otras que me han ocurrido, me hacen concluir que soy un ser posiblemente ingenuo por necesitar el aliento de las esperanzas. Los seres humanos que conozco, también. Menos mal, porque a pesar de la estafa, eso significa que no soy un marciano.
La esperanza es casi parte de nuestro código genético. De no ser así, el miedo nos paralizaría. Pensemos en el simple acto de dormir al final de cada jornada, sin la esperanza de que despertaremos nos sería imposible conciliar el sueño, o algo peor, cerraríamos los ojos a la espera de no volver abrirlos nunca más. Vivimos el presente, pero nos anima a vivirlo el saber que hay un mañana.
Pienso entonces que sí todos (hasta los que reniegan de ella) tenemos esperanza en algo mejor por venir, todos de alguna manera podemos predicarla y defender la alegría de vivir. No hay que ganarse el Premio Nobel de Literatura, para levantarse y escribir versos en la propia vida y en la del prójimo. Versos que al final nos van a justificar la existencia.
Tanto más los escritores, intelectuales y promotores de la cultura deberían comprometerse con no dejar morir a la esperanza. No vaya a ser que ocurra masivamente lo aparecido en una escena de la película LA TABERNA DEL INFIERNO (una de las pocas buenas películas que ha hecho Stallone). Allí un personaje había pasado tan buena noche, tan alegre y sobre todo tan feliz, que prefirió suicidarse pues no vio en su futuro otra noche así.
Adriano Corrales Arias
Cada campaña electoral que he sufrido, ha consistido en la explotación de mi esperanza a beneficio de los candidatos a puestos públicos. Sí, me han prometido cosas que me quedé esperando. Esa experiencia, junto a otras que me han ocurrido, me hacen concluir que soy un ser posiblemente ingenuo por necesitar el aliento de las esperanzas. Los seres humanos que conozco, también. Menos mal, porque a pesar de la estafa, eso significa que no soy un marciano.
La esperanza es casi parte de nuestro código genético. De no ser así, el miedo nos paralizaría. Pensemos en el simple acto de dormir al final de cada jornada, sin la esperanza de que despertaremos nos sería imposible conciliar el sueño, o algo peor, cerraríamos los ojos a la espera de no volver abrirlos nunca más. Vivimos el presente, pero nos anima a vivirlo el saber que hay un mañana.
Pienso entonces que sí todos (hasta los que reniegan de ella) tenemos esperanza en algo mejor por venir, todos de alguna manera podemos predicarla y defender la alegría de vivir. No hay que ganarse el Premio Nobel de Literatura, para levantarse y escribir versos en la propia vida y en la del prójimo. Versos que al final nos van a justificar la existencia.
Tanto más los escritores, intelectuales y promotores de la cultura deberían comprometerse con no dejar morir a la esperanza. No vaya a ser que ocurra masivamente lo aparecido en una escena de la película LA TABERNA DEL INFIERNO (una de las pocas buenas películas que ha hecho Stallone). Allí un personaje había pasado tan buena noche, tan alegre y sobre todo tan feliz, que prefirió suicidarse pues no vio en su futuro otra noche así.