ME HABLASTE A TRAVÉS DE
ELLOS
(Una poética envuelta en
luz y lágrimas)
“Me derrumbo en el hondo mar de los espectros
Que vienen a silenciar mi voz.”
Aura Sibila
Benjamín Miranda
Aún no me acostumbro a tus silencios, tus misterios, tus esfinges.
Tantos años persiguiéndote y no me hablas directamente, siempre buscas mediadores.
Hoy tengo suerte. Me hablaste a través de 26 de ellos, de sus lágrimas y de sus
luces.
Primero me hablaste en boca de Aura y me dijiste: “La poesía es escribirme…” ¿Escribirme? ¿Representarme
con palabras? ¿El gran secreto a develar siempre será el propio? ¡Ah! Es decir
que rasgar el velo es obligatorio. Luego añadiste: “Escucha… ¿Escuchas? Cierra tus ojos y mira este momento eterno en
que vuela una mariposa clandestina”. Volviste a tu idioma bello y
misterioso. Siempre hermoso.
A través de María Gabriela, la siguiente medium, me dijiste: “Ondeo el papel virgen como la bandera blanca
de la tregua ante las guerras no planeadas, ni propiciadas. Esa bandera se mancha
con mi intento de escribir poesía”. En estos años en que te he estado
buscando, encontrado y vuelto a perder, he entendido que eres la guerrera que
asalta espíritus, los exprimes, les sacas tinta y con ella haces algo más que
manchar una página. ¿Será que con esa tinta purificas lo recóndito de cada ser?
Por medio de Isabel me expresaste: “Que
atrevimiento el suyo, tocar sin entrar”. Eso es lo que me haces todos los días.
Me choco con tu silencio, con tu cordial y cercana lejanía. Así eres poesía,
una atrevida que se anuncia tras la puerta y que nunca acepta la invitación a
pasar, a sentarse cómodamente en el sofá de la sala, a tomar una infusión de
canela. Así eres, la que prefieres que abra la puerta y corra tras de ti.
“Vive, convierte tu piel en rocío o
en lava, que la indiferencia no congele tu sudor”. Me
estremeces, poesía, estremeces mi apatía al poner en Danae estas palabras. Sé
que nunca eres neutral, jamás buscas ser objetiva. Nadie te puede acusar de ser
un témpano de hielo. Por el contrario, eres el mismo volcán que nos traes el
mensaje de lo profundo.
Es muy conocido aquel adagio que reza así: una imagen vale por mil
palabras, pero una vez escuché a un amigo aseverar que sí una imagen vale por
mil palabras, mil palabras provocan un millón de imágenes. Así entiendo lo que
me mandas a decir con Osvaldo: “Simplemente
me dejo poseer por las imágenes”. Una cascada de imágenes provocando
palabras y palabras provocando imágenes; una cascada que no para.
Alguna vez, querida fugitiva, te he alcanzado, rodeado con mis
brazos y besado tus labios. Tú me has correspondido. Que acertada eres al
decirme por medio de Laura: “Te llamo de
tiempo en tiempo y soy dicha cuando me contestas.”
“Nació el día con sus testigos
silenciosos, el viento, el mar, el sol girándole”, estas
palabras me las mandaste con María Beatriz y comprendo que eso es lo que me
queda después de tanta fatiga: ser testigo, ser silencio, ser el que escucha.
Y escuchando le di la bienvenida a una forma especial de sapiencia;
bien lo expresaste en labios de María Eugenia: “Cura
la ignorancia” y añadiste “Las
sombras se sientan a beberse en mi café”. Siempre reducimos el
conocimiento a lo racional, al uso de la corteza cerebral y desdeñamos al resto
del encéfalo, ese que no acabamos de entender. Poesía, bien lo resumió tu
mensajero Erasto: “Para espantar las
sombras, inmolar mi carga, y alcanzar, corazón, de nuevo, el rumbo”.
Buena brújula eres, guías a tus adeptos hasta el nido de lo
imposible. Me lo recordaste con las palabras de Claudia: “La tierra yerma engendra peces”.
Y es que de eso se trata, precisamente, de tomarle la mano al
imposible, saltar la soga juntos y descubrir tu magia tal como hiciste que Greisy
lo cantara: “Con pocas líneas puedo decir
o callar mucho”. Eso es el oficio literario: poner una palabra al lado
de otra, una tras otra, unas cuantas, no muchas, y con esos pocos vocablos ordenar
un nuevo universo nacido desde el caos del más profundo rincón del poeta.
No es fácil tal aventura. Es la eterna pregunta. La larga inquietud.
La del poeta que busca y busca. En esa vereda tienes encaminado a Héctor
Aquiles y lo hiciste trovar: “Todavía me
busco. Busco esa poética. No sé donde está. Quizás al lado de mí tratando de
conquistarme”.
Y esa búsqueda, donde el premio es hallar lo buscado y dejarlo ir,
la misma búsqueda se convierte en tibio hogar. ¡Linda paradoja! Ayudaste a Mirna
a descifrarlo: “Escribo para refugiarme
de la tormenta…Vida y muerte se abrazan en cada texto. Es entonces cuando
entiendo por qué escribo.”
Descubrir, conocer, entender, comprender, asumir. Así transcurren
las horas del poeta, así hasta que la poesía se adueña de su vida, y te
adueñaste de la vida de Dionisio: “Te
pertenezco, incluso, cuando un desconocido, que soy yo mismo, se convierte en mí
y deja de llover sus cenizas”.
Pertenecerte, a ti poesía, es caminar en una dirección específica.
La de los valientes, que llenos de corajes, se atreven a profundizar en ellos
mismos. Ya iniciaste a Irasema en esa marcha, en ese rumbo: “Quién diría que mirar hacia adentro atemoriza
más que la vida… La vida afuera es nada, pero aquí, adentro, todo es poesía”.
Y hay que regresar a escuchar, abrir los oídos, los conectados al
cerebro y los otros, los conectados al alma. Y dejarse llevar por la música,
así como lo lograste con Emily: “Es interesante
cómo se escucha el mundo”.
Y uno se convierte en caja de resonancia, desde donde las sinfonías
alzan el vuelo, en espejo, desde donde el Arco Iris dobla el cielo. Se lo
revelaste a Guillermo: “Proyectar de vuelta
lo que en uno se refleja”. Ese es el compromiso del poeta.
Le dijiste a Sara que me dijera: “Devuélveme
la vida en un poema”; sé, y lo sé muy bien, que se puede respirar,
caminar y haber perdido la vida, pero ¿acaso un poema podría restituirla?
¿Tanto poder tienen unas palabras colocadas con especial cuidado en un orden
exclusivo? Sí, según el maestro Roberto Manzano, sí. De acuerdo al poeta cubano
la poesía ordena las emociones, así visto el asunto, la muerte sería la
entropía emocional y la vida, la claridad emotiva.
Y tú, amiga, no permites encontrar ese albor en el mismo espacio
sensible utilizado ayer; Argelia me dio tu mensaje: “Se observan nuevos territorios”, bueno, siempre que se esté
dispuesto a viajar contigo. ¿A dónde? Esa no es la pregunta. ¿Cómo? Esa sí lo
es.
“El camino se hace y deshace
mientras lo transito…Voy juntando trozos de historias rotas, imágenes robadas
de algún sueño”, parece que ya se lo aclaraste a
Zaquira, como hacer el viaje: con los ojos del alma abiertos y prestas las
redes de la mente.
Ese viaje resulta, finalmente, tener sus peligros. Quien acepte
acompañarte tendrá que enfrentar al más aguerrido de los guerreros, Rafael ya fue
instruido sobre quien es ese combatiente: “El
tiempo ha sido un asesino con plusvalía”.
Un instante sin ser vencido por ese cruel sicario, es un momento
ganado para la vida; herido, sí, perder de vista la victoria, nunca; así me lo
mandaste a decir con Maninaindi: “Y así
renazco en cada verso, me hago verso y mi soledad es menos”.
Pero caminar a tu lado es deambular por rutas dulces y vías amargas.
Conseguiste que Félix lo resumiera muy bien: “Soy
por la palabra…Mas no era mía, era de otros”. Por ti poesía crecemos,
sin embargo, nunca seremos tus dueños, al contrario, tú eres la ama.
Aunque pensándolo bien, tiene sus ventajas no ser tu patrón. Los
señores, muchas veces, usan antifaces para amedrentar y así no perder los
títulos de su poder, pero “Escribir poesía
es dejar caer las máscaras”. Las caretas impiden el mutuo descubrimiento.
No ser tu dueño es “pensar que la poesía
me ha elegido. Que hay un poco de mí en cada poema, y que al mismo tiempo es
posible que quien lo lee encuentre algo de sí mismo en lo que escribo”. ¡Ah!
Esto me lo mandaste a decir con Elicena.
Al final, lo único que importa, ¿qué es lo único que importa? Al
final, lo importante es ser, como pusiste en labios de Glenda: “Musgo que es beso en las piedras de mi nombre,
grita y aúlla lo que soy”.
Al final, me lo dijo Rosamaría en tu nombre: “Poesía, ¿vendrás a abrasar lo oblicuo de mi ser? Ignora mi llanto,
no pares de escarbar mi vientre hasta que erupciones tú”. Al final, lo
único que importa, lo que de verdad es importante, es que te invoquemos y que
tú nos respondas, amada poesía.
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