“Mientras un pueblo crea los cuentos de la clase dominante no
hará falta reprimirlo para imponer el orden.”
Olmedo Beluche
La Gesta Heroica
del 9 de enero de 1964 estremeció los cimientos de los poderes coloniales y
económicos instalados para la fecha en Panamá, tanto, que a partir de dichos
acontecimientos se dedicaron a destruir la matriz que dio origen a la
espontánea y patriótica respuesta del pueblo panameño a la ocupación militar de
territorio panameño.
En 1978 mis
clases de Historia de las Relaciones de Panamá con Estados Unidos de América las
recibí del profesor Becerra, un maestro comprometido con la recuperación del
canal de Panamá. Ese año los docentes se
fueron a huelga por mejoras salariales. Al final del paro, el profesor Becerra se
transformó en un crítico agudo de los militares. Ese mismo año Arnulfo Arias
Madrid, el presidente derrocado el 11 de octubre de 1968, regresó del exilio y
fundó el Frente Nacional de Oposición (FRENO). Al año siguiente fue la gran
huelga docente que derogó la Reforma Educativa acusada de comunista. El espacio
político creado por el FRENO y por el movimiento docente lo heredó, finalmente,
el gobierno panameño que tomó posesión en una base militar gringa, la noche que
caían las bombas en El Chorrillo.
En los años ochentas
el anti-comunismo usurpó la hegemonía nacional. Las causas populares dejaron de
ser populares. Nunca perdieron su valor ético, pero sí su estética. La
represión estuvo a cargo de las Fuerzas de Defensa, la reforma del pensamiento
fue obra de los medios de comunicación social, los clubes cívicos y la iglesia
católica.
En las
elecciones de 1994, el PRD regresó al poder político inaugurando el sistema
bipartidista del reparto del poder. El nuevo presidente, el doctor Ernesto
Pérez Balladares, concretó las medidas neoliberales que inició 10 años antes el
doctor Nicolás Ardito Barletta.
En lo que va del
siglo 21 las iglesias evangélicas se han fortalecido, tanto así, que casi se considera
imposible ser decente sin pertenecer a una de ellas. Un hombre asiste a una
fiesta, le ofrecen una cerveza, la rechaza, le preguntan si está enfermo, él
contesta que no, le preguntan si se convirtió a cristiano, él contesta que
no, que simplemente no le apetece beber,
le acusan de engreído y de creerse superior al resto de los fiesteros. Así
estamos.
El actual
presidente de la república, ingeniero Juan Carlos Varela, favorece abiertamente
a la Iglesia Católica. Aún así, pese a la religiosidad imperante en el país, estamos
ahogados por la corrupción. ¿Qué ha ocurrido en estos últimos cuarenta años?
¿Qué le pasó a nuestro país?
Pues que los
poderes coloniales y económicos convirtieron a Panamá en un bastión del miedo a
los cambios sociales. Si algo explica que nada varíe en un país con tantas
protestas, es el temor a las transformaciones. Decimos defender nuestra
comodidad, pero esa comodidad es sólo un mito. Un mito creado con la mala intensión
de anular lo que germinó el 9 de enero de 1964. Además, en realidad, defendemos
la comodidad de los creadores del mito.
Creemos que por
tener la libertad de comprar un teléfono inteligente, sacrificando una de las
comidas diarias, ya somos parte de los privilegiados, los creadores del mito. Esta
creencia es la puerta por donde entra la corrupción: sino no puedo con trabajo
honesto, me voy por la ruta torcida. También explica el clientelismo: me siento
a esperar que alguien me resuelva mi penosa situación, pero ya me compré el
celular.
Comodidad incómoda.
Somos una mayoría de desfavorecidos cuyo desfavorecimiento enriquece a una
minoría favorecida. Somos víctimas del capitalismo. El enemigo de la Gesta de
enero. Los dueños del sistema económico se aseguraron que nunca más el pueblo
panameño pondría en peligro sus intereses.
¿Qué hacer? No
soy ni sociólogo ni politólogo. Soy biólogo, pero me parece que las ciencias
naturales bien pudieran servir para encontrar respuestas a los aprietos que nos
exprimen.
Tal vez ya es
tiempo que los panameños asumamos las actitudes y prácticas esenciales en las
investigaciones científicas. El pensamiento mágico ya nos ha hecho mucho daño.
Para empezar,
dudemos, no sólo de las opiniones ajenas, sino también de las propias. Es imposible
ser experto en todos los temas y es inconveniente imponer nuestras ideas a los
otros. Cuando aparece un problema, somos tantos los opinantes que las
abundantes propuestas no se pueden jerarquizar y, por lo tanto, a la hora de solucionar
el dilema, es imposible priorizar cual es la más acertada. Basta ver el número
de puntos que contienen los pliegos de peticiones de las marchas y huelgas. Son
tantos que terminan brindando al ente contra el cual se realiza la medida de
fuerza la oportunidad de responder de mala fe: de buscar cual es la petición
más impopular y divulgarla por los medios de comunicación y satanizar el
movimiento, de ceder en el menos importante de los puntos y evitar debatir los
puntos medulares del asunto.
Dudar de lo que
estoy diciendo me resguarda de repetir los discursos oficiales.
Una fuerza se
diluye al ser aplicada sobre una gran superficie y parece aumentar si se concentra
en una pequeña. En esta propiedad radica el éxito de los clavos, tornillos y
taladros. ¿Recuerdan los pliegos con muchas peticiones? Pues con cada punto
extra se diluye la fuerza del movimiento. Todo es importante, pero no todo
tiene la misma importancia.
Priorizar los
problemas permite resolverlos en orden.
Imaginemos un
camión en movimiento. Éste se detendrá si sobre él actúa una fuerza igual a la
que lo mueve, retrocederá si la nueva fuerza es mayor a la que lo mueve y se
desviará si la nueva fuerza se aplica en un punto diferente al frontal. Una fuerza
menor a la que mueve al camión que choque de frente con él será arrollada. Esto
se aplica a cualquier conflicto humano.
Supongamos que
el camión es el estado. ¿Será necesario un balance de fuerzas antes de
confrontarlo? Esta pregunta es mera retórica. ¿Qué se necesita para hacer tal
balance? Pues tener una buena relación con la realidad.
La inercia es la
responsable de que los cuerpos se mantengan o en movimiento o en reposo. En Panamá,
la ciudadanía en reposo no va a ponerse en movimiento al menos que una fuerza
lo ponga en movimiento. Y esa fuerza se llama liderazgo.
Un líder tiene
poder de convencimiento. En Panamá no abundan los líderes, abundan los caciques.
Un cacique jamás se hace esta pregunta: ¿Por qué la gente ha de asistir a una
actividad a la cual yo convoco? El cacique convoca y si las personas no
responden, las culpa de apáticas. El líder si se la hace y a partir de la
respuesta obtenida planea como lograr hacerse acompañar.
La misión de los
líderes es alcanzar la masa crítica que haga posible la transformación.
En química masa
crítica es la cantidad de materia que se necesita para que ocurra una reacción.
Como dice Isabel, sin suficientes participantes no es posible ningún cambio.
¿Qué sucede en
Panamá? En Panamá se convoca a una marcha anti algo que resulta la madre de
todas las marchas; asisten 100,000 marchantes y se logra firmar un acuerdo con
el gobierno. Al terminar la marcha, los que caminaron, asoleados y roncos por
gritar consignas, se marchan orgullosos a sus hogares. Tienen razón de sentirse
orgullosos. A las pocas semanas el gobierno incumple los acuerdos, se vuelve a
convocar a otra movilización, asiste menos gente, esta vez el gobierno no cede
ni un ápice; esto se repite un par de veces hasta que la causa de la marcha
madre de todas las marchas se olvida. ¿Qué ocurrió?
Pues que los
marchantes se retiraron a sus hogares y no a organizaciones que vigilaran el
fiel cumplimiento del acuerdo firmado. Esta labor quedó en manos de la
dirigencia que, aunque sea la más honesta del planeta, está compuesta por unos
cuantos individuos y no por 100,000.
La misión del
líder es lograr que aquellos a quienes logró movilizar se mantengan en
movimiento. A la larga eso implica formar nuevos líderes y nuevas
organizaciones.
En un ser vivo,
los órganos realizan su trabajo porque la información del ADN les dice que
hacer. Los líderes son el cerebro de la sociedad. Los procesos educativos son
el ADN.
La educación es
el ADN de una sociedad. Una vez un muchacho le preguntó a mi buen amigo
Virgilio: Maestro, ¿cómo hacemos la revolución en Panamá? Y él le contestó,
¿así que quieres hacer la revolución? Pues vete a un pueblito o barrio marginal
y dedica los próximos 20 años a educar a sus habitantes. No hay atajos. Lo que
tardó 500 años o más en formarse no se puede arreglar en 5 años o menos.
La educación es
el ADN, sin ella no es posible transformar a Panamá. Ella es necesaria para ir
de la aldehuela que detestamos a la patria que soñamos. Sin educarnos los unos
a los otros no nos daremos cuenta que en realidad nuestra comodidad es una gran
incomodidad.
No podremos
aprender a dialogar y seguiremos con la boca llena de palabras geniales y con
los oídos sordos; sin diálogo no es posible formar equipos de trabajo
democráticos. Por no aprender a dialogar, ya no nos robaron la palabra
democracia.
Una vez me
preguntaron: ¿hasta cuándo nos educaremos? Pues hasta que cambiemos para poder
cambiarlo todo. Hasta que volvamos a tener el coraje de los mártires de enero.