“La
angustia de la conciencia es algo que muchas personas esquivan porque no
valoran la libertad de una existencia verdaderamente asumida.”
Remedios Zafra
Ángela se marchó y llegó Salvador Erasmo. Ángela fue una amiga y
Salvador Erasmo es un recién nacido que aún no conozco. Lo tradicional en las
sociedades cristianas y occidentales, como la nuestra, es preguntarse si Ángela
se encontrará en la presencia del Señor y si Salvador Erasmo será bendecido por
Dios. Me parece que la primera es una pregunta cuyas dos posibles respuestas,
si se encuentra o no se encuentra, poco tienen que ver con Ángela y mucho con
la paz o el tormento de quienes le sobrevivimos, de quienes aún tememos morir. Igual
con la segunda; si es posible que un bebé, sin ejecutorias propias, sea
bendecido, es posible que yo lo sea. Pienso que hay preguntas más pertinentes,
más vinculadas con Ángela y Salvador Erasmo.
Por ejemplo, Ángela era una mujer activa y amante de la vida, por lo cual
me parece más acertado preguntarme sobre el cómo puedo imitarla en esas tan
especiales cualidades. Y respecto a Salvador Erasmo, hijo de un muy estimado
amigo, pienso que lo conveniente es preguntarme: ¿cómo hago para desarrollar la
capacidad de construir puentes hacia los infantes? Esta pregunta se debe a que muchas
veces mi segundo nombre parece ser Herodes.
El otro, mi prójimo, siempre es un espejo. Muchas veces decimos temer
por el bienestar de él, pero en realidad temo por mí mismo. El miedo lo
disfrazamos muy bien, hasta usamos razones religiosas y bien intencionadas. Sin
embargo, más veces de lo deseado se trata de una maniobra de nuestro ego,
nuestro muy pequeño y elemental ego.
Tengo lo que me queda de vida para imitar a Ángela
y alejarme de las costumbres de Herodes. Lo demás sólo es espejismo y deseo de
esquivar el meollo del asunto: vivir mi vida.
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