domingo, 11 de octubre de 2015

DEL LLANTO DE LOS CULTUROSOS


“La apuesta por la transformación política encuentra su mayor aliado en el campo de lo cultural. Si no se da la batalla cultural se puede perder la batalla política.”
Carlos Monsiváis

Si hay un discurso que me aburre, de los muchos discursos aburridos que hay en Panamá, es ese donde los involucrados con la cultura, los culturosos, se lamentan y lloriquean por el frío trato que reciben. Y más me fastidia cuando se lo escucho a personas que, con su esfuerzo, se ganaron un puesto en la sociedad panameña. Ellos y ellas con sus actos demuestran, cada día, que la ruta es  batallar sin tregua y por ello los admiro, pero me irritan cuando salen con su perorata de pobrecito de mí que nadie me quiere. ¿Por qué este comportamiento bipolar? ¿Será una pose para presentarse, ante ellos mismos y sus seguidores, como sacrificadas heroínas, sufridos héroes o será que, al igual que el resto del país, manejan algunos conceptos ambiguos que terminan por perjudicar el desarrollo cultural de todos? Lo primero es innecesario y lo segundo es gravísimo.
El maestro Néstor Castillo una vez declaró que Panamá es un país hostil al arte. La fuente de dicha hostilidad es el sistema económico imperante en este país que tiene muy claro cuales no son sus prioridades, que le hace el vacío a todo aquello que no le interesa, que guarda silencio y da la espalada y abandona aquello que le huela a sinfonía o literatura. ¿Esto no es un escenario de guerra de baja intensidad? Me parece que sí y pienso que quien se decida hacer arte tiene que entrar a ese ruedo y resistir los bombazos y lanzar torpedos. ¿Qué no se quiere guerrear? Bien, ese es su privilegio, pero todo el mundo debe estar enterado y comprender que ceder en la batalla y optar por el cómodo llanto es un espectáculo deprimente. Es preciso clamar una y otra vez que diez millones de litros de lágrimas no pueden reemplazar ni equipararse a 10 gotas de sudor derramadas al trabajar para cambiar esa situación. Sudar o no sudar, ese es el dilema.
Siguiente confusión. Tan cultura es la tecnología de las juntas de embarre, como la escritura de sonetos. La cultura nos convierte en humanos. Somos mamíferos cuyo proceder está determinado más por el aprendizaje y menos por el instinto. Es imposible que un hombre o una mujer, una niña o un niño, un pueblo rural o un barrio urbano no tengan cultura. Pero he allí el detalle: reducir la cultura al conocimiento y dominio de las bellas artes convierte a los culturosos en seres especiales, pequeños dioses. Será seres espaciales. Esa reducción excluye a las mayorías por incultas. ¿Por qué, entonces, los excluidos deben bien mirar a quien es cómplice de su marginación? ¿Por sus versitos? ¡Paja más grande!
Y la cosa empeora, más todavía. Tenemos tantas décadas de retraso adrede en el campo cultural que aún acompañando a los marginados no hay garantías de su beneplácito. Quien deseé, por ejemplo, tener éxito como bailarín clásico en Paris de Parita tendrá que invertir muchos años en educar a la población e involucrarse en la transformación de las estructuras económicas e ideológicas que dominan la región. ¿Qué es mucho trajín para sólo bailar El Cascanueces? Pues o se asume ese compromiso o se hace el ridículo. Hay que ubicarse en esa realidad y buscar hasta encontrar la estrategia adecuada que permita algún éxito, que lo más probable es que sea un pequeño triunfo. También puede ser que se intente mil veces sin resultados favorables. Muchos son los factores implicados, no hay garantías. Parita no tiene nada que ver con Versalles, sino con las guerras del cacique Paris, con la faena agropecuaria y para poder hacer una función de ballet en una de sus plazas es obligatorio ser valientes y tenaces por mucho, mucho, mucho tiempo.
Es una buena noticia que hoy en día exista la posibilidad de estudiar a nivel superior alguna carrera artística, pero eso no asegura nada, no es suficiente. ¿Qué expone un pintor en una galería de arte: su título universitario o su colección de cuadros? Al final los títulos terminan sirviendo para dar clases en las universidades y en los colegios; pero una sociedad que elimina los cursos de artes, ¿para qué necesita profesores en esas áreas? ¿Qué eso no está bien? Para los amos del sistema económico nacional eso está muy bien. ¿Qué no se está de acuerdo? Pues, entonces, ha enlistarse en las filas del anti-capitalismo y a hacer la revolución. ¿Qué esa es una medida muy drástica? Entonces no joder y ha ubicarse.
Tomó todo el siglo XX probar que en Panamá la soberanía si da de comer, ¿cuánto tiempo tomará entender que la cultura es parte integral de nuestro desarrollo nacional? Mucho tiempo y mucho más tiempo será si, en vez de dedicarnos a trabajar con bravura y persistencia, andamos con asquerosas caras de afligidos e indignados, como si la sociedad nos debiera algo por nuestros rimbombantes rótulos de poetas y artistas. ¡Qué arrogancia!
En resumen: el sistema económico de Panamá es hostil a la labor cultural. Primero las cajas registradoras, lo que produce reales, luego el arte, la música, la poesía. Y eso siempre y cuando el hacerlo no represente gasto alguno, sino es muy complicado el asunto, si la televisión, la que no da acceso a la cultura, ese día no transmita el último “realiti chou” de moda. Si un infante insistiese en meter un cuadrado en el espacio de un triángulo, comenzaríamos a sospechar de su obcecación; sin embargo, los culturosos hacen lo mismo y encima esperan ser aplaudidos por su enajenación. ¿Qué mayor locura que exigir a la población una conducta sin haber pagado el precio para que dicho comportamiento se haga realidad?
Los culturosos parecen estar encerrados en sus guetos mentales, allí viven ufanándose de sus pírricas y escasas hazañas, buscando excusas para su pereza, quejándose de la ingratitud del país que los desdeña a ellos y favorece a los mercaderes sin talento que venden basura disfrazada de arte. ¿Pero acaso no son esos buhoneros los que llegan hasta donde se encuentra la gente? ¿Los que llenan el vacío dejado por los culturosos que prefieren berrear que subir al tinglado?
Mientras una generación entera de culturosos no apueste por la educación, por la generosa creación de nuevos paradigmas; mientras una generación entera de culturosos no apueste por la gente, la gente no va a tener ninguna razón para voltear a verlos.

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