“La apuesta
por la transformación política encuentra su mayor aliado en el campo de lo
cultural. Si no se da la batalla cultural se puede perder la batalla política.”
Carlos Monsiváis
Si hay un discurso
que me aburre, de los muchos discursos aburridos que hay en Panamá, es ese
donde los involucrados con la cultura, los culturosos, se lamentan y lloriquean
por el frío trato que reciben. Y más me fastidia cuando se lo escucho a
personas que, con su esfuerzo, se ganaron un puesto en la sociedad panameña.
Ellos y ellas con sus actos demuestran, cada día, que la ruta es batallar sin tregua y por ello los admiro,
pero me irritan cuando salen con su perorata de pobrecito de mí que nadie me
quiere. ¿Por qué este comportamiento bipolar? ¿Será una pose para presentarse,
ante ellos mismos y sus seguidores, como sacrificadas heroínas, sufridos héroes
o será que, al igual que el resto del país, manejan algunos conceptos ambiguos que
terminan por perjudicar el desarrollo cultural de todos? Lo primero es
innecesario y lo segundo es gravísimo.
El maestro
Néstor Castillo una vez declaró que Panamá es un país hostil al arte. La fuente
de dicha hostilidad es el sistema económico imperante en este país que tiene
muy claro cuales no son sus prioridades, que le hace el vacío a todo aquello
que no le interesa, que guarda silencio y da la espalada y abandona aquello que
le huela a sinfonía o literatura. ¿Esto no es un escenario de guerra de baja
intensidad? Me parece que sí y pienso que quien se decida hacer arte tiene que
entrar a ese ruedo y resistir los bombazos y lanzar torpedos. ¿Qué no se quiere
guerrear? Bien, ese es su privilegio, pero todo el mundo debe estar enterado y
comprender que ceder en la batalla y optar por el cómodo llanto es un
espectáculo deprimente. Es preciso clamar una y otra vez que diez millones de
litros de lágrimas no pueden reemplazar ni equipararse a 10 gotas de sudor
derramadas al trabajar para cambiar esa situación. Sudar o no sudar, ese es el
dilema.
Siguiente
confusión. Tan cultura es la tecnología de las juntas de embarre, como la
escritura de sonetos. La cultura nos convierte en humanos. Somos mamíferos cuyo
proceder está determinado más por el aprendizaje y menos por el instinto. Es
imposible que un hombre o una mujer, una niña o un niño, un pueblo rural o un
barrio urbano no tengan cultura. Pero he allí el detalle: reducir la cultura al
conocimiento y dominio de las bellas artes convierte a los culturosos en seres
especiales, pequeños dioses. Será seres espaciales. Esa reducción excluye a las
mayorías por incultas. ¿Por qué, entonces, los excluidos deben bien mirar a
quien es cómplice de su marginación? ¿Por sus versitos? ¡Paja más grande!
Y la cosa
empeora, más todavía. Tenemos tantas décadas de retraso adrede en el campo
cultural que aún acompañando a los marginados no hay garantías de su beneplácito.
Quien deseé, por ejemplo, tener éxito como bailarín clásico en Paris de Parita
tendrá que invertir muchos años en educar a la población e involucrarse en la
transformación de las estructuras económicas e ideológicas que dominan la
región. ¿Qué es mucho trajín para sólo bailar El Cascanueces? Pues o se asume
ese compromiso o se hace el ridículo. Hay que ubicarse en esa realidad y buscar
hasta encontrar la estrategia adecuada que permita algún éxito, que lo más
probable es que sea un pequeño triunfo. También puede ser que se intente mil
veces sin resultados favorables. Muchos son los factores implicados, no hay
garantías. Parita no tiene nada que ver con Versalles, sino con las guerras del
cacique Paris, con la faena agropecuaria y para poder hacer una función de
ballet en una de sus plazas es obligatorio ser valientes y tenaces por mucho,
mucho, mucho tiempo.
Es una buena
noticia que hoy en día exista la posibilidad de estudiar a nivel superior
alguna carrera artística, pero eso no asegura nada, no es suficiente. ¿Qué
expone un pintor en una galería de arte: su título universitario o su colección
de cuadros? Al final los títulos terminan sirviendo para dar clases en las
universidades y en los colegios; pero una sociedad que elimina los cursos de
artes, ¿para qué necesita profesores en esas áreas? ¿Qué eso no está bien? Para
los amos del sistema económico nacional eso está muy bien. ¿Qué no se está de
acuerdo? Pues, entonces, ha enlistarse en las filas del anti-capitalismo y a
hacer la revolución. ¿Qué esa es una medida muy drástica? Entonces no joder y
ha ubicarse.
Tomó todo el
siglo XX probar que en Panamá la soberanía si da de comer, ¿cuánto tiempo
tomará entender que la cultura es parte integral de nuestro desarrollo nacional?
Mucho tiempo y mucho más tiempo será si, en vez de dedicarnos a trabajar con bravura
y persistencia, andamos con asquerosas caras de afligidos e indignados, como si
la sociedad nos debiera algo por nuestros rimbombantes rótulos de poetas y
artistas. ¡Qué arrogancia!
En resumen: el
sistema económico de Panamá es hostil a la labor cultural. Primero las cajas
registradoras, lo que produce reales, luego el arte, la música, la poesía. Y
eso siempre y cuando el hacerlo no represente gasto alguno, sino es muy
complicado el asunto, si la televisión, la que no da acceso a la cultura, ese día
no transmita el último “realiti chou” de moda. Si un infante insistiese en
meter un cuadrado en el espacio de un triángulo, comenzaríamos a sospechar de
su obcecación; sin embargo, los culturosos hacen lo mismo y encima esperan ser
aplaudidos por su enajenación. ¿Qué mayor locura que exigir a la población una conducta
sin haber pagado el precio para que dicho comportamiento se haga realidad?
Los culturosos
parecen estar encerrados en sus guetos mentales, allí viven ufanándose de sus
pírricas y escasas hazañas, buscando excusas para su pereza, quejándose de la
ingratitud del país que los desdeña a ellos y favorece a los mercaderes sin
talento que venden basura disfrazada de arte. ¿Pero acaso no son esos buhoneros
los que llegan hasta donde se encuentra la gente? ¿Los que llenan el vacío
dejado por los culturosos que prefieren berrear que subir al tinglado?
Mientras una generación entera de culturosos no
apueste por la educación, por la generosa creación de nuevos paradigmas;
mientras una generación entera de culturosos no apueste por la gente, la gente
no va a tener ninguna razón para voltear a verlos.
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