domingo, 25 de octubre de 2015

LO CONFIESO, ME ENSEÑARON A SER EDUCADOR

“El binomio emoción-cognición es indisoluble, intrínseco al diseño anatómico y funcional del cerebro. Y es que la emoción es el ingrediente secreto del aprendizaje, fundamental para quien enseña y para quien aprende.”
Francisco Mora
Gracias a que tuve la fortuna de toparme con las personas convenientes, hoy con orgullo puedo decir que soy un profesor de biología con vocación. Me tomó casi toda mi carrera docente entender el por qué fue así. ¿Qué hicieron esos héroes y heroínas que me emocionaron tanto hasta convertirme en educador? Pues eso, emocionarme. Pero, ¿cómo lo hicieron?
Lo primero que hicieron fue sacarme de mi engañosa zona de comodidad. En mi familia fue Aurora Orobio (mi madre), en los muchachos exploradores fue Moisés Solanilla (el jefe de la tropa 19), en el colegio Remón Cantera fue Manuel de Jesús Morales (mi profesor de biología), en el Dai Ichi Karate Kai fue Meregilda Shaw (mi sensei), en la Universidad de Panamá fue Alberto Taylor (mi asesor de trabajo de graduación), en el grupo teatral Laberinto fue Jarl Ricardo Babot (mi maestro de arte), en la pastoral juvenil fue el reverendo padre José “Popito” Quesada, y en el barrio fue Carlos Matías (el hombre más sabio que ha pisado la Ciudad Radial).
Cada uno me dejó claro, muy claro, que ellos no me debían nada. Que yo no les estaba haciendo un favor al aceptar ser su pupilo. Es más, que su confianza me la debía ganar con esfuerzo y trabajo. No voy a mentir, a la edad que los conocí les di muchas razones para recelar y aún así nunca me descalificaron y esa fue la más grande de las lecciones que les aprendí.
En más de una ocasión otros colegas, que observan cuan sargento de infantería puedo ser en el aula de clases, me han preguntado que hago para que los estudiantes me tengan algo de aprecio. Siempre les contesto lo que nunca hago: hacerles sentir que son una pérdida de tiempo.
Y esa es una de las más terribles prácticas del sistema educativo, como si la finalidad del proceso de enseñar y aprender consistiera en desalentar a los jóvenes. A veces siento que se trata de envidia a la juventud, como si los jóvenes tuvieran la culpa de los fracasos de los viejos. Ojalá esté equivocado, por que de no estarlo, estamos hablando de una gran asquerosidad.
De mis ocho héroes y heroínas aprendí que hay una regla de cumplimiento obligatorio: si dar clases es una pérdida de tiempo, mejor busco otro trabajo. Porque si no soy capaz de convertir 40 minutos en 2400 segundos con algún valor de interés, el del problema soy yo.
Y es en este punto donde sé que he tomado mis riesgos, mis grandes riesgos, de los cuales, por cierto, no me arrepiento. Mis titanes se arriesgaron por mí. Dar clases hoy en día es tratar con chicos y chicas criados y criadas por la televisión, a quienes en la primaria los padres les hacían las tareas y que, si bien pueden buscarse problemas, muy pocas veces asumen la responsabilidad de resolver tales apuros. Dar clases hoy, en general, es darle clases a una juventud sumamente pasiva. ¡Qué paradoja! Los jóvenes de hoy tienen una amplia y sólida zona de comodidad. ¡Y no quieren salir voluntariamente de ella! Así que, ¿qué queda hacer?
Entiendo que la zona de comodidad es un conjunto de hábitos, actitudes y emociones que entorpecen la evolución personal, el aprender algo nuevo. ¿Cómo romper esa modorra?  Con otros hábitos, otras actitudes y no temiendo conectarse emocionalmente con los estudiantes. No se trata de hablar de hábitos y actitudes, sino que los educandos los vean en el docente. ¿Quiero que los muchachos sean personas cultas? Pues yo tengo que serlo; ellos lo van a percibir, claro que lo van a percibir, pesa a la opinión de algunos, su silencio no es síntoma de autismo.
Ahora viene lo delicado, la conexión emocional, que es al fin y al cabo quien facilita el  aprendizaje significativo. Reír juntos es uno de los más sólidos puentes que dos personas pueden tender. Con la práctica aprendí a distender el ambiente con algún comentario gracioso sin perder el hilo de la clase. ¡Sépanlo! La autoridad de un docente radica en que conoce el tema que está desarrollando y tiene la humildad de reconocer cuando se le escapa la información. No se trata de tener siempre la razón, sino que en el aula la razón prevalezca, por eso, cuando es un estudiante quien tiene la información correcta hay que felicitarlo y no amargarse por ello.
Preguntar y poner a pensar me parece más valioso que dar una explicación directamente. Y aquí viene el primer riesgo: saber cuando la respuesta equivocada dada por un estudiante se puede convertir en gracia y cuando no. Pregunto y contesto y embromo y acepto las burlas y espero que el asunto no me reviente en la cara.
Hay otra emoción básica, que no tiende puentes, pero que de ser enfrentada y superada, acrecienta algo esencial para el proceso de enseñar y aprender: la autoestima. Hablo del miedo. ¿Por qué usar tan perniciosa emoción? Porque ya los jóvenes viven con miedo. Ya está allí. Lo único que hago es materializarlo en alguien al que pueden enfrentar y vencer: mi persona. No conozco de antemano la carga síquica de cada uno de los estudiantes, muchas veces me han estallado bombas en el aula. Pero si pueden vencerme, salen mejor preparados a la vida  real. ¿Qué es vencerme? Trabajar, pensar y preguntar. Ganarse el derecho a decirme: no le tengo miedo y esta es su respuesta.
Debo confesar que me paso de tosquedad. Definitivamente, no soy un mar de ternura. Pero cuando veo a egresados del colegio luchando y repitiendo sin miedo la consigna, está prohibido rendirse, me animo a seguir tomando el riesgo.
Hago lo que sea necesario para ganarme la atención de los estudiantes dentro del aula y por esa razón cuando descubro que uno de ellos está en otro planeta, lo hago pagar ese desliz. ¿Cómo? Preguntándole y preguntándole. Pero me importa muy poco si se tiñe el cabello o se afeita la cabeza al rape. ¿Me explico? ¿Dejo claro en dónde pienso que debe estar el énfasis?
 Otro detalle terrible y real del sistema educativo es que tiene poco que ver con la vida de los estudiantes. A mis héroes y heroínas les aprendí a exponer, lo que sea, usando ejemplos de la vida cotidiana. Y entre hablar de los orgánulos de la célula y las anécdotas que conozco sobre ser parte de un equipo, espero estar regalando a los educandos un que otro tesoro.
En mi memoria tengo un baúl lleno de palabras y ejemplos que hoy son mi tesoro. Aurora me decía una y otra vez: El mundo no es blanco y negro, está lleno de grises. También: Que yo sepa no parí un manco. Una vez Moisés tocó una oruga y la mano le ardió, vi como la tomó con una hoja seca y la puso en un arbusto; no sé que cara puse yo, pero él me dijo: No fue culpa de ella. Meregilda nos decía que ella no podía enseñarnos a pelear, que eso ya lo sabíamos, que la sociedad violenta que nos tocó vivir ya nos había enseñado a ser violentos, que bastaba ver como subíamos a un bus en las mañanas, que ella nos podía enseñar algo más valioso: un pasatiempo que con disciplina se puede convertir en un estilo de vida: el arte de las manos vacías. Manuel de Jesús siempre me hablaba en clases con tono de legionario, pero a la hora de la hora siempre sus decisiones académicas eran guiadas por la compasión. Alberto muchas veces me dijo que era muy inconveniente dejarse llevar por la antipatía que un estudiante me despertara. Popito me dejó bien clara la diferencia que hay entre las dinámicas de una clase y el dinamismo que debe tener esa clase. A Carlos le escuché las más contundentes defensas que alguien pudo hacerle a la amistad. Y a Jarl, a mi muy querido Jarl, le escuché estas palabras: Nunca pongas en juego tu dignidad; me será muy difícil olvidar su frase: el que quiere, quiere hasta debajo del palito y el que no quiere, no quiere ni el palacio. De todos aprendí que hay que involucrarse para poder  transformar las palabras en vida. Así entiendo, comprendo, asumo y hago vida las palabras y ejemplos de mis maestros. La apuesta es que también las hagan vida los estudiantes. Porque si la escuela no es vida, ¿para qué madrugar por una farsa? 

domingo, 18 de octubre de 2015

TALIBANES DEL CARIBE

“El país de hoy no se diferencia al del pasado. Relativamente no hay mucha diferencia, sólo han cambiado los personajes detrás de una gran palabra: Democracia. Hay conocimiento, lo que no hay es aplicación de ese conocimiento; no se está preparando para vivir a plenitud con honestidad. Yo no estoy satisfecho, como no lo está el resto de los panameños.”
Félix A. Dormoi B.
Hace mucho tiempo leí que la historia humana es una especie de secuencia cíclica de tres tipos de poderes: teocrático, autocrático y democrático. En la teocracia los representantes de Dios ejercen el poder en su nombre y la ciencia no tiene mayor cabida; en una autocracia una minoría, en nombre de su causa justa, cualquiera que esa sea, que incluso puede ser la misma democracia, ejerce el poder y la ciencia sólo es tomada en cuenta mientras sirva para sostener el poder de los dictadores; en una democracia los ciudadanos ejercen el poder en nombre de su propia soberanía y el uso del método científico debería ser obligatorio al momento de tomar decisiones.
Pienso que estamos adentrándonos en una nueva era teocrática. Y no me refiero sólo al crecimiento del Islam. El mundo cada día es más religioso. Las religiones tradicionales, aunque parecen estar en pleno retroceso, en realidad se están radicalizando. Y los baches dejados por ellas los están llenando nuevas formas de pensamiento mágico. Obviamente, eso significa menos respeto a las instituciones democráticas, menos tolerancia a las opiniones disidentes. ¿Será que ya en Occidente, en secreto, se está reuniendo la leña para las hogueras?
Quizás me repliques diciendo que en Europa y en el resto del primer mundo el cristianismo está en franca retirada. ¿Sí? ¿Recuerdas que el hoy San Juan Pablo II fue pieza esencial en la derrota del bloque socialista en la Guerra Fría? ¿Que Benedicto XVI definió a Europa como cristiana y que ningún jefe de estado europeo lo contradijo? ¿Te atreverías a negar que el actual Papa Francisco sea una fuerte corriente de opinión mundial? Te recuerdo que en nombre de Dios George W. Bush le declaró la guerra a Afganistán y que Mel Gibson, en el estreno de su película La Pasión de Cristo, declaró ser católico fundamentalista.
Ojalá y la fuerza de la negación no te cierre los ojos y así puedas ver lo que pasa en el planeta. Y el planeta incluye tu pequeño entorno. En el colegio secundario donde laboro, me percato como los estudiantes cristianos me miran con condescendencia al momento de explicar temas como la evolución y la biotecnología genética. A veces tengo la sensación que contestan mis preguntas con lo que suponen yo quiero escuchar. ¡Y eso es terrible! Una vez metí la pata, pero hasta el fondo; una chica dice en el salón que los homosexuales no entrarán al cielo, le digo que si la Biblia maldice a los homosexuales, también la obliga a ella a someterse a los varones; desde ese día es mucho más dócil a la voluntad de su novio.
Temo que el pensamiento mágico no se agota en las religiones tradicionales. Temo que está infiltrado en otras actividades que deberían tener otros fundamentos. ¿Han escuchado a un vendedor de esos productos nutricionales que maravillosamente tienen efectos positivos en la salud? ¿Lo han escuchado discutir con otro vendedor de otra marca de tales productos? ¿O a un defensor de la omnipresencia y omnipotencia de las fuerzas mercantiles renegar de la evidencia que señala la manipulación que realizan las corporaciones sobre la economía mundial? ¿De como guarda silencio cuando se mencionan los sobornos, chantajes y actos violentos consumados por las potencias económicas y militares del mundo sobre los países más débiles?
Conocer algo es relacionarse con ese algo. En la ciencia tal relación está cimentada en el estudio de los hechos verificables y la magia, por el contrario, se asienta en las creencias. Creer en la existencia de Dios, es una creencia. Creer en la inexistencia de Dios, es una creencia. Creer en un comprimido con efectos asombrosos, es una creencia. Creer en la omnisciencia del mercado, es una creencia. ¡Y las creencias no necesitan ni pruebas ni evidencia, les basta el hechizo que ocurre en la mente del creyente!
¿Quieres hacer un experimento? Poco antes de un juego de la Selección Nacional de Fútbol haz una encuesta sobre cuales van a ser los resultados del partido. Y escucha las respuestas. He escuchado cosas como: ¡Hay que creer! ¡El que no cree no es panameño! ¿Por qué tales argumentos? ¡Por preferir pensar mágica y no científicamente!
Si esto sigue así, si seguimos rumbo a la teocracia, al mundo de la verdad única, prácticas despreciables como el racismo, la xenofobia, el machismo y otras porquerías parecidas destruirán la civilización tal y como la conocemos hoy. Estos vicios en más de una ocasión histórica se han disfrazado de defensores de la fe verdadera, para así impunemente agredir a sus víctimas, para difundir el odio con toda libertad, para regresarnos a la barbarie.
Sea en nombre de Dios o del mercado los equivocados, según los fanáticos, serán extinguidos. ¿Y quiénes son los equivocados? Los que piensen diferentes. En una democracia la diversidad de pensamiento es esencial, pues mientras más respuestas se presenten a la hora de resolver un problema, más posibilidades habrá de que el consenso efectivamente solucione el inconveniente. En una teocracia el enemigo no es un autócrata, es un demócrata.
En el estado democrático la ciencia debe ser la principal herramienta usada en la administración de la cosa pública. ¿Por qué? Porque si en la democracia conviven múltiples visiones de como ha de ser la sociedad, se hace necesario un método que nos conecte lo mejor posible a la cambiante realidad, que nos permita discernir cual es la acción que más nos conviene en un momento dado, cual la mejor estrategia.
Desconocer las evidencias recogidas por las ciencias siempre tendrá graves consecuencias para las democracias. ¿Por qué hay crisis ambiental? Por renegar de los estudios biológicos que nos enseñan como funciona un ecosistema. ¿Por qué cada día aumenta el número de neuróticos en las calles? Por renegar de los estudios psicológicos que nos dicen que nacemos seres humanos, pero que tenemos que hacer el esfuerzo necesario para crecer y convertirnos en personas humanas. ¿Por qué hay crisis social? Por renegar de lo que ya han probado ha saciedad las ciencias políticas: si no eres parte de la solución, eres parte del problema. Las autocracias se pueden dar el lujo de repudiar los estudios científicos, total en ellas sólo importa el bienestar de los tiranos. A las teocracias no les interesa el tema, total, al final Dios velará por el bienestar de la sociedad y si no lo hace por toda la población, lo hará por lo menos por sus vicarios.
¿Por qué la democracia debe tener su sostén en la ciencia? La ciencia estudia a la realidad, aquello que está fuera de nuestra mente y que para no ser traicionados por ella, nuestra mente, a la hora de interpretarla a ella, la realidad, debemos realizar las mejores observaciones posibles, preguntarnos sobre lo observado, proponer posibles respuestas, comprobarlas, sacar conclusiones. Un régimen democrático para ser sano debe basar sus planes de gobierno en dichas conclusiones.
¿Por qué la democracia históricamente termina siendo sólo un lindo discurso? Porque sus planes de gobierno olvidan el método científico y se fundamentan en las opiniones, deseos e intereses de sus elites dirigentes. Aunque sean buenas sus intenciones, esos individuos terminan por enajenarse y usando la fuerza para imponer sus opiniones. Eso es lo que hacen los dictadores, ¿no? Y un buen amigo de un teócrata es un autócrata. ¿Las elites dirigentes de los gobiernos llamados democráticos son responsables de esta vuelta a la teocracia?
Hace muchos años, durante la construcción de la hidroeléctrica del río Bayano, edificaron unas casas de concreto para los indígenas desplazados por la inundación causada por la represa; las casas nunca fueron habitadas, al final fueron demolidas. ¿Por qué ocurrió ese desperdicio de recursos? Porque los indígenas duermen en hamacas y las casas de cemento no tenían donde colgarlas. ¿Quién falló? ¿No fue aquel que partió de su visión del cómo deberían vivir los indígenas y no de cómo realmente viven?
El desarrollo de la ciencia conlleva el desarrollo tecnológico. Y por eso mismo en las teocracias ortodoxas la tecnología es abandonada. ¿Qué en estos días el uso de la tecnología es lo cotidiano y eso contradice la entronización del pensamiento mágico? Pero. ¿Para qué se usa cotidianamente la tecnología? ¿Para pensar? ¿Para idiotizarse? ¿La idiotez no es una  forma de abandono del mejor uso posible del progreso tecnológico? ¿Acaso los fanáticos se están montando sobre los hombros de los idiotas para adueñarse del mundo?
Imaginemos que vas a una fiesta y te ofrecen una bebida alcohólica y la rechazas. Quien hace el ofrecimiento te pregunta si estás enfermo y tú contestas que no. Luego de escucharte, y para dejar de mirarte como bicho raro, tu interlocutor deduce que te convertiste en siervo del Señor, sin preguntarte sí en verdad te convertiste en siervo del Señor. ¿Por qué ese antojo? Porque el paradigma que afirma que la decencia es hábito exclusivo de los cristianos llegó para quedarse entre nosotros sin ser cuestionado. Y hay más. Se dice que la educación sexual de los niños es competencia exclusiva de los padres de familia, sin embargo, esos mismos padres de familia exigen que en la escuela se enseñe religión. ¿Eso no es manipular al supuesto estado laico panameño? ¿Serán estas las condiciones necesarias para que un grupo de fanáticos instaure aquí en el Caribe, una teocracia estilo taliban, pero de confesión cristiana?
Si esto sigue así, cualquier día se pedirá suspender la enseñanza de la evolución biológica en las escuelas y cuidado dicha petición la realicen profesores de biología. Si esto sigue así, cualquier día nos despediremos de las instituciones democráticas y sabremos lo que es vivir bajo el régimen de los talibanes del Caribe. Si esta corriente de pensamiento mágico sigue creciendo y ganado poder, cualquier día amanecemos en una era de oscuridad iluminada por las hogueras listas a incinerar a los herejes.

domingo, 11 de octubre de 2015

DEL LLANTO DE LOS CULTUROSOS


“La apuesta por la transformación política encuentra su mayor aliado en el campo de lo cultural. Si no se da la batalla cultural se puede perder la batalla política.”
Carlos Monsiváis

Si hay un discurso que me aburre, de los muchos discursos aburridos que hay en Panamá, es ese donde los involucrados con la cultura, los culturosos, se lamentan y lloriquean por el frío trato que reciben. Y más me fastidia cuando se lo escucho a personas que, con su esfuerzo, se ganaron un puesto en la sociedad panameña. Ellos y ellas con sus actos demuestran, cada día, que la ruta es  batallar sin tregua y por ello los admiro, pero me irritan cuando salen con su perorata de pobrecito de mí que nadie me quiere. ¿Por qué este comportamiento bipolar? ¿Será una pose para presentarse, ante ellos mismos y sus seguidores, como sacrificadas heroínas, sufridos héroes o será que, al igual que el resto del país, manejan algunos conceptos ambiguos que terminan por perjudicar el desarrollo cultural de todos? Lo primero es innecesario y lo segundo es gravísimo.
El maestro Néstor Castillo una vez declaró que Panamá es un país hostil al arte. La fuente de dicha hostilidad es el sistema económico imperante en este país que tiene muy claro cuales no son sus prioridades, que le hace el vacío a todo aquello que no le interesa, que guarda silencio y da la espalada y abandona aquello que le huela a sinfonía o literatura. ¿Esto no es un escenario de guerra de baja intensidad? Me parece que sí y pienso que quien se decida hacer arte tiene que entrar a ese ruedo y resistir los bombazos y lanzar torpedos. ¿Qué no se quiere guerrear? Bien, ese es su privilegio, pero todo el mundo debe estar enterado y comprender que ceder en la batalla y optar por el cómodo llanto es un espectáculo deprimente. Es preciso clamar una y otra vez que diez millones de litros de lágrimas no pueden reemplazar ni equipararse a 10 gotas de sudor derramadas al trabajar para cambiar esa situación. Sudar o no sudar, ese es el dilema.
Siguiente confusión. Tan cultura es la tecnología de las juntas de embarre, como la escritura de sonetos. La cultura nos convierte en humanos. Somos mamíferos cuyo proceder está determinado más por el aprendizaje y menos por el instinto. Es imposible que un hombre o una mujer, una niña o un niño, un pueblo rural o un barrio urbano no tengan cultura. Pero he allí el detalle: reducir la cultura al conocimiento y dominio de las bellas artes convierte a los culturosos en seres especiales, pequeños dioses. Será seres espaciales. Esa reducción excluye a las mayorías por incultas. ¿Por qué, entonces, los excluidos deben bien mirar a quien es cómplice de su marginación? ¿Por sus versitos? ¡Paja más grande!
Y la cosa empeora, más todavía. Tenemos tantas décadas de retraso adrede en el campo cultural que aún acompañando a los marginados no hay garantías de su beneplácito. Quien deseé, por ejemplo, tener éxito como bailarín clásico en Paris de Parita tendrá que invertir muchos años en educar a la población e involucrarse en la transformación de las estructuras económicas e ideológicas que dominan la región. ¿Qué es mucho trajín para sólo bailar El Cascanueces? Pues o se asume ese compromiso o se hace el ridículo. Hay que ubicarse en esa realidad y buscar hasta encontrar la estrategia adecuada que permita algún éxito, que lo más probable es que sea un pequeño triunfo. También puede ser que se intente mil veces sin resultados favorables. Muchos son los factores implicados, no hay garantías. Parita no tiene nada que ver con Versalles, sino con las guerras del cacique Paris, con la faena agropecuaria y para poder hacer una función de ballet en una de sus plazas es obligatorio ser valientes y tenaces por mucho, mucho, mucho tiempo.
Es una buena noticia que hoy en día exista la posibilidad de estudiar a nivel superior alguna carrera artística, pero eso no asegura nada, no es suficiente. ¿Qué expone un pintor en una galería de arte: su título universitario o su colección de cuadros? Al final los títulos terminan sirviendo para dar clases en las universidades y en los colegios; pero una sociedad que elimina los cursos de artes, ¿para qué necesita profesores en esas áreas? ¿Qué eso no está bien? Para los amos del sistema económico nacional eso está muy bien. ¿Qué no se está de acuerdo? Pues, entonces, ha enlistarse en las filas del anti-capitalismo y a hacer la revolución. ¿Qué esa es una medida muy drástica? Entonces no joder y ha ubicarse.
Tomó todo el siglo XX probar que en Panamá la soberanía si da de comer, ¿cuánto tiempo tomará entender que la cultura es parte integral de nuestro desarrollo nacional? Mucho tiempo y mucho más tiempo será si, en vez de dedicarnos a trabajar con bravura y persistencia, andamos con asquerosas caras de afligidos e indignados, como si la sociedad nos debiera algo por nuestros rimbombantes rótulos de poetas y artistas. ¡Qué arrogancia!
En resumen: el sistema económico de Panamá es hostil a la labor cultural. Primero las cajas registradoras, lo que produce reales, luego el arte, la música, la poesía. Y eso siempre y cuando el hacerlo no represente gasto alguno, sino es muy complicado el asunto, si la televisión, la que no da acceso a la cultura, ese día no transmita el último “realiti chou” de moda. Si un infante insistiese en meter un cuadrado en el espacio de un triángulo, comenzaríamos a sospechar de su obcecación; sin embargo, los culturosos hacen lo mismo y encima esperan ser aplaudidos por su enajenación. ¿Qué mayor locura que exigir a la población una conducta sin haber pagado el precio para que dicho comportamiento se haga realidad?
Los culturosos parecen estar encerrados en sus guetos mentales, allí viven ufanándose de sus pírricas y escasas hazañas, buscando excusas para su pereza, quejándose de la ingratitud del país que los desdeña a ellos y favorece a los mercaderes sin talento que venden basura disfrazada de arte. ¿Pero acaso no son esos buhoneros los que llegan hasta donde se encuentra la gente? ¿Los que llenan el vacío dejado por los culturosos que prefieren berrear que subir al tinglado?
Mientras una generación entera de culturosos no apueste por la educación, por la generosa creación de nuevos paradigmas; mientras una generación entera de culturosos no apueste por la gente, la gente no va a tener ninguna razón para voltear a verlos.