domingo, 22 de febrero de 2015

TÚNICA DE LOBOS O EL DOLOR ES UNA SABIA FIERA

“Un animal oscuro parecido a un lobo salió de pronto de la nada, sus ojos brillantes me dieron mucho miedo. Algo me hacía subir y subir, mirándolos como un solo ser. No supe si te mordió, si te comió o si se hicieron amigos. Desperté sobresaltada; pero me tranquilicé cuando te miré sonriendo con papá en el retrato sobre mi mesa de noche.”
Hace poco declaré en público que me gustó mucho leer la novela Túnica de lobos de la escritora nicaragüense Gloria Elena Espinoza de Tercero. Se me preguntó el por qué. Preferí no contestar y me comprometí ha hacerlo por escrito, con toda la paciencia necesaria. ¿Paciencia necesaria? Sí, el sosiego preciso para probar un punto. ¿Cuál? Probar que María Esperanza, la narradora, es fruto de las habilidades literarias de Gloria Elena, la autora. Quizás la primera nació siendo un alter ego de la segunda, pero al final terminó convertida en un gran personaje literario. Pienso que en la novela, a diferencia del testimonio personal, autor y narrador, gracias a la ficción, nunca son la misma persona. Esta obra es perfecta para elucidar el tema. Tengo la impresión que quien me cuestionó se molestó, pero la verdad prefiero su enojo a no aprovechar la oportunidad que me dio su pregunta: escribir un artículo.
Antes una breve reseña. La obra empieza con una última reunión familiar antes de separarse debido a mudanzas por estudios y trabajo; la familia va a quedar repartida entre Estados Unidos, donde empieza la novela; Australia y Nicaragua, donde termina. María Esperanza, la narradora, comienza a dar detalles sobre la lenta aparición de su enfermedad, una muy terrible enfermedad y sobre su aún más lenta admisión de su condición de enferma. Al final acepta compartir su dolor y amar. Es interesante como el título de la novela y el nombre de la narradora sirven de resumen de toda la obra. Canis lupus (lobo), Lupus Eritematoso Sistémico (enfermedad inmunológica), túnica (vestidura que cubre el cuerpo), sarpullido enrojecido (síntoma del lupus que cubre el cuerpo del enfermo); María (mujer sufrida), esperanza (estado de ánimo positivo).
Bien, al grano. Quien apenas conozca a la autora, quien sólo conozca sus datos más revelantes, que es mi caso, podría ingenuamente ver en este texto narrativo una autobiografía disfrazada de novela. Esto podría ser fácil de confirmar, bastaría con observar a ciertos personajes de la Ciudad de León de los Caballeros, que a pesar de aparecer con otros nombres, pueden ser reconocidos en la novela.
¿Tiene alguna gracia literaria escribir la propia historia? Esta es la pregunta que no quise contestar a la ligera y que espero hacerlo, con objetiva prudencia, en este escrito.
El merito de una buena novela no estriba ni en el tema ni en lo extraordinario de sus personajes; una excelente novela tiene un exquisito lenguaje. Una palabra tras otra palabra, una oración tomada de la mano con otra oración, un párrafo escoltando a otro. El desfile, alegórico o marcial, de las páginas. Eso que mantiene al lector conectado al libro desde su inicio hasta su final. Eso es una buena novela.
“Siento secarme como un arbolito florecido, al cual van cortando sus únicas flores…Y el corazón se hace loco y palpita desbocado, más aún que cuando conoció la muerte con la anciana Lois. Mi corazón está…está… ¿cómo puedo decir que está mi corazón.”
El lenguaje en una novela permite filosofar o erigir metáforas, y siempre contando una historia unida por su hilo conductor que, por esas maravillas del mismo lenguaje, puede tener una interpretación para el autor y otra por cada lector fascinado y atrapado. Gloria Elena tiene esa facultad. Y no es de gratis. Tengo entendido que es una escritora con todas las de la ley, entregada al oficio de leer, tachar y escribir. ¡Como si fuese una jornada laboral diaria de cualquier oficinista! No es por lisonja que puedo afirmar que esta túnica no es una mera bata de enfermo, es una capa de mago bueno.
“¡Qué problema el de la vida! El hombre a lo mejor no se da cuenta de la necesidad de la muerte, jejeje…sigue buscando el elixir de la juventud.”
Hay en Túnica de lobos una cosmovisión que dilucida sobre el dolor, una especie de filosofía del pesar. ¿Qué hacer cuándo estamos separados de los seres queridos por grandes distancias geográficas? ¿Cuándo la pobreza y la injusticia hincan sus espuelas en nuestros lomos y estómago? ¿Cuándo ya no sabemos comunicarnos? ¿Qué hacer cuándo la enfermedad toca la puerta, no le abrimos y no tiene la cortesía de aceptar retirarse en buena lid?
“…Entonces no puedo ser feliz… Pero tampoco podés arreglar el mundo María Esperanza. Sí, no puedo arreglar el mundo… ¿Qué puedo hacer? tan sólo orar… y buscarme.”
Si bien es cierto la narradora, que no es la autora, monologa con ella misma, más cierto es que el lector queda atrapado en esa continuidad de voces trocándose en dialogante obligado. La novela deja claro que ellas, sus palabras, no están para servir de catarsis a nadie, sino para ennoblecer con su aliento de humanidad, a nosotros, los que nos topamos con su lectura.
Al regalarnos esa cadena de palabras, la narradora termina dialogando con nosotros y nos da la señal de alerta: hay un laberinto donde cualquiera se puede perder, basta equivocarse en presencia del dolor. Al ir leyendo fui recordando dolores que nada tienen que ver con enfermedades inmunológicas, pero que si van minando poco a poco el cuerpo, el ánimo, el alma.
“¿Acaso tenemos el dolor por causa de nuestro pecado? No, el dolor es propio del mundo, sin dolor el mundo sería cielo y es mundo, María.”
El mundo es mundo y no es cielo porque el dolor existe; nosotros estamos en el mundo y el dolor puede estar en nosotros, ¿qué hacer? Dice la narradora: buscarme. ¿Buscarse? ¡Sí! ¿Y eso aplaca el dolor? ¡No! Pero nos hace estar concientes de algo importante: aún en medio del más fiero de los padecimientos estamos vivos y mientras lo estemos tenemos la opción de no rendirnos, de luchar. Buscarnos y encontrarnos y entender que en medio de la soledad y el silencio impuestos por el sufrimiento, el amor respira. Todos sufrimos, todos hacemos sufrir a otros. Todos decimos que deseamos amar. ¿Eso es verdad? ¿Queremos vivir sin dolor o amar?
“¿He entendido la vida? ¿Me he ocupado de vivirla, de sufrirla, de preocuparme, de volver al pasado, de promoverme, de tener la aprobación de todos? ¿Y mi aprobación? ¿Aprobada en qué? En amor debería ser… ¡Cuánta soledad!”
Quien se busca, quien se busca en medio del dolor, quien se busca y se encuentra, se sabe vivo. Y la vida sólo es vida en la conciencia de su final. Hoy es el día de quien está conciente de la certeza de su muerte. Hoy es el día de ver el dolor que sufre el otro y solidarizarse con él. Hoy es el día de dejar que ¿el otro vea mi dolor?
“…A veces es doloroso pensar…es mejor escuchar al universo. El espíritu siempre quiere trascender a Dios, por eso no hay felicidad completa antes de la muerte. ¿Por qué debo referirme a la muerte?... es parte de la vida, ¿no?”
¿Tiene alguna gracia literaria escribir la propia historia? En este caso no lo sé y no lo sé porque Túnica de lobos va más allá de la memoria de la autora. Esta novela presenta diversas causas del dolor y sus diversos planos: la enfermedad individual, la separación familiar, la pobreza nacional, el universal flagelo de la guerra. Y sobre todo, esta novela reflexiona sobre como seguir siendo humanos frente a todo ese sufrir. ¿Cómo? Buscando, buscándose; sin dejar de ver al afligido, sin dejar de ser solidarios, disfrutando lo que se tiene. Ese instante sin dolor.
“Somos efímeros y dentro del corto tiempo tenemos felicidad y sufrimiento. Vemos como castigo al dolor, la enfermedad y la ruina. Practicamos la religión aplicándonos arbitrarios significados de premios y castigo; por eso no encontramos el verdadero amor, la verdadera fe, el disfrute del trabajo, el empeño en algo.”
Túnica de lobos no es un simple testimonio, es una novela. Ahora otro punto. Gracias a la pausa otorgada por la paciencia necesaria, por la que opté para contestar mi primera inquietud, descubrí otra pregunta. ¿Qué es ese libro de páginas sin escribir que tanto menciona la narradora?
Antes de responder, un paréntesis. En esta novela abundan los regionalismos nicaragüenses; sin embargo, los entendí sin saber a ciencia cierta su significado. ¿Por qué? Porque están contextualizados, porque sus palabras vecinas les dan sentido. Por ejemplo, perrozompopo, dinosaurio, insectos. ¡Ah! Lagartijas; por cierto, en Panamá las llamamos limpiacasas. Un glosario hubiese sobrado. Ahora sí, ha contestarme.
En las buenas novelas no hay accidentes. Sus elementos (acción, personajes, ambiente) en conjunto nos conducen a través del universo creado por el autor. Las distracciones gratuitas no son propias de la gran literatura. María Esperanza menciona reiteradamente su libro. Túnica de lobos apunta a la gran literatura, así que t Túnica de lobos tal libro no puede ser un percance. Si el lobo y sus aullidos son el dolor que se acerca y que finalmente llega, ¿qué es el libro? ¿Un llamado de atención?
“¿Hay frío en la eternidad? La eternidad es hoy, ahora…”
Dice la narradora que en su libro, que no es su diario, están sus seres queridos. No afirma que se encuentran sus recuerdos, sino que ellos están. Hace unos años le dije a un amigo, después que él me diese la noticia del Alzheimer de su progenitor, que lo que el guardaba de su padre en su corazón, también era su papá. ¿Somos lo que pensamos? ¿Lo que sentimos? Las huellas que dejan en nuestro ser las vivencias llegan a tener vida propia, más si son compartidas con nuestros seres queridos. Una suma de memorias, experiencias, expectativas, ¿eso somos? El susodicho libro absorbe las ideas de María Esperanza, la narradora, se empapa de su ser y no dice nada, sólo retazos, fragmentos. No hay nada y hay todo en ese  libro. ¿Qué será?
“Una mirada es una historia… Una mirada puede imprimirse para siempre, no como un retrato, sino viva como si estuviera viendo. Una mirada da sentido a la vida. Acaso es lo único que se puede atesorar al final de la existencia de un ser querido, aquella mirada impregnada en nuestros ojos para siempre… para siempre… para siempre…"
Si la narradora propone buscarse, ¿será que el libro es el lugar donde hay que buscarse? ¿Lugar o actitud? ¿Actitud u oficio? ¿Será el libro el oficio de auto conocerse? ¿De construirse? ¿Será que María Esperanza, la narradora, escribe en el libro, su libro que no es un diario, las palabras necesarias para rehabilitar lo trastornado en ella por los colmillos del lobo?
“Voy a escribir a como sea en mi libro… Ahora voy a dibujar una pirámide… explayo mi alma y encierro la pirámide entre una esfera que da vueltas… Y ahora te pregunto, libro: ¿quién puede ver la pirámide. El desvelo me hace estragos. Helena me ve triste en el comedor y me invita a su dormitorio. Siempre nos ha gustado platicar, unas veces en serio y otras en guasa.”
María Esperanza, la narradora, contesta nuestras inquietudes con preguntas y reflexiones, con estampas de humanidad y ternura y todo a pesar de los aullidos del lobo, los aguijones del dolor. María crece en conocimiento sobre ella y su propia familia. Y nosotros crecemos con ella.
“Me gusta leer entre líneas el libro de la vida.”
María Teresa aprende, a la mala, que a veces hay que leer literalmente; el dolor, nuestro dolor, también es el dolor de quienes nos aman y por más buenas que sean nuestras intenciones al mantener en secreto nuestro sufrir, no podemos evitar que el dolor, nuestro dolor, los alcance. Amor también es compartir los propios dolores. Es decir, ser solidario también es aceptar la solidaridad del otro. El libro, nuestro libro, también es el libro de ellos.
“Mi libro es como mi conciencia, mi propia vida, la que no se dice con palabras, la que no se puede traducir.”
 El libro, el libro de María Esperanza de Martínez, la narradora, ¿en qué idioma está escrito? ¿Qué es aquello que no es tan difícil comprender y hacer entender? El libro de María Esperanza sólo se puede traducir en vida. En vida compartida. Amor.
“…No…no lo puedo creer, lo estoy pensando pero es falso, absurdo, tenebroso; casi un sacrilegio en contra del amor por mi familia. Yo comprendí que el amor es darse. En este caso darme es ocultarme, cual un adefesio en la cueva de la noche, en la túnica del disimulo, en mi grito mudo; pero ya no lo puedo ocultar, ya no puedo…”
Y la vida tiene alegrías y tiene dolores. ¡Qué bonito compartir las alegrías! Pero jamás los dolores, si acaso cuando el otro es el sufriente. Arrogancia del que se cree invulnerable. Miedo del que niega la propia fragilidad. Somos enérgicos y también somos lánguidos, la montaña y el valle. Cuando somos fuertes protegemos al amado, ¿y cuándo somos débiles? ¿Qué?
“Es necesario compartir el dolor con mi familia. ¿Por qué lo oculté tanto? Pensé que era pasajero, quise evitarles sufrimiento. Y, no. Es bueno conocer el sufrimiento como parte de la vida. Nadie se escapa de la muerte ni del sufrimiento y hay que enseñar a soportarlo, a ofrecerlo y sobre todo, a vivirlo.”
Este artículo termina con palabras de la propia narradora. Antes de cederle el turno reitero el punto inicial: Túnica de lobos no es un mero texto testimonial, es mucho más que memoria y calco de la realidad, es una obra rica en recursos literarios, tanto narrativos como poéticos, que tejen el manto que envuelve al lector de inicio a fin. Por eso es una novela y es una buena novela por el buen uso y manejo de tales recursos literarios. Además, nos regala reflexiones sobre la vida, el amor, el dolor y la muerte. ¿Acaso no son estos los temas que tanto nos afligen? Y la buena literatura nos conmueve, ¿verdad? Ahora, pues, las palabras, bellas y fieras, de María Esperanza de Martínez, la narradora, y agradecemos a Gloria Elena Espinoza de Tercero, la autora, el haber creado a tan humano personaje:
“Desearía apuntar en mi libro, para recordar los instantes fértiles de la vida, cuando el dolor de otro se hace propio”.

domingo, 8 de febrero de 2015

TEMAS PENDIENTES

“La decadencia de una sociedad empieza cuando el hombre se pregunta a si mismo: ¿Qué irá ocurrir?, en vez de indagar: ¿Qué puedo hacer yo?"
Denis de Rougemont                                                   
El mes pasado estuve de vacaciones. Ocurrieron algunos acontecimientos sobre los cuales no pude opinar. ¡Vacaciones son vacaciones! El primero de ellos fue el asalto terrorista y terrorífico contra las instalaciones de la revista satírica Charlie Hebdo. Me llamó la atención el que la opinión pública, es decir, los dueños de los medios de comunicación social, catalogaron la tragedia como un ataque contra la libertad de expresión y no como una flagrante violación al más fundamental de los derechos humanos: la vida. ¿Será por qué si defienden la vida también habría que defender la de los musulmanes, sean los asesinos de París o los asesinados por París?
También me pregunté cuántas veces la revista publicó caricaturas como la de Moisés asando malvas en la zarza ardiente de Yavé, la del rey David besando románticamente los tiernos labios de Benjamín Netanyahu, la del gallo francés siendo copulado por un camello argelino o la del hoy San Juan Pablo II barriendo debajo de la alfombra el escándalo de los sacerdotes pederastas. ¿Crueles, verdad? Pero publicables de acuerdo al principio de la libertad de expresión llevado hasta sus últimas consecuencias por Charlie Hebdo.
El principal blanco de los charlescos es Mahoma. Eso es más que obvio. Sin embargo, a pesar que ese énfasis me parece una campaña sesgada por el racismo, coincido plenamente con el poeta hondureño Fabricio Estrada, quien palabras más, palabras menos dice que todo tema puede banalizarse, convertirse en algo trivial, común, insustancial; sólo así sanaremos de esa fea enfermedad llamada verdad absoluta, de esa terrible peste que impele a quienes creen poseerla a armarse con fusiles de asalto y asesinar a 12 seres humanos.
A propósito. ¿Cuántos cristianos habrán sonreído en privado con la noticia, mientras hipócritamente ponían caras de compungidos y cargaban el letrerito: Yo soy Charlie Hebdo?
El siguiente tema que quiero comentar es el clima. Hice un recorrido por Centroamérica. Y por muchos días coincidió mi estadía con la presencia de un frente frío. El año pasado fue el que registró las más altas temperaturas del último siglo. El calentamiento global y sus secuelas de rebote son una realidad. Pero el precio del petróleo bajó. La fracturación hidráulica dio resultados positivos para el consumidor. ¿Seguro? Posiblemente el consumo aumentó y, por tanto, miles de toneladas extras de dióxido de carbono fueron lanzadas a la atmósfera. La actual situación de la industria y el mercado petrolero, ¿nos habrán acercado más al Armagedón climático? Tic-tac, tic-tac, tic-tac. Corre el reloj, ¿se nos acaba el tiempo?
Por último, regresé a mi muy querido y caluroso Panamá y me encuentro con la sorpresa de que el ex­-presidente Ricardo Martinelli Berrocal huyó del país. Me alegra lo que hay alrededor de ese hecho: una genuina preocupación que busca poner fin a la corrupción y que desembocó en la presión social que provocó la maravillosa noticia que me dio la bienvenida.
Sin embargo, me permito mencionar un detalle, un colosal y fundamental detalle: Martinelli es fruto de nuestra cultura del juega vivo. Si el ex­-presidente es el demonio, es porque nosotros los panameños somos los mismísimos diablos rojos. Lo particular del gobierno de ese señor y su partido es que abandonaron las formas disimuladoras de la corruptela y se caracterizaron por el descaro, el cinismo y el sarcasmo. Me parece que ese caradurismo permeó la sociedad y que, aunque haya provocado el asco que llevó a las protestas, no sabemos que tan podridas quedaron las estructuras que nos mantienen juntos y en armonía. Hoy más que nunca estoy convencido de mi apuesta por la educación y de la importancia que tiene para los jóvenes el que los adultos seamos dignos ejemplos de vida a imitar.
Hasta aquí mis pendientes. Por lo pronto voy a descansar de mis vacaciones.