El guardián
“Escribir no solo requiere un
intenso trabajo sino la
capacidad de renovación constante, porque es
imprescindible ofrecer nuevas formas de ver las mismas cosas para reescribirnos
y resignificarnos.”
Tes Nehuén
Debo confesar que este vistazo lo hago como observador ubicado a
cierta distancia de los acontecimientos y no como participante activo del mundo
literario panameño. Pienso que esa condición es en realidad una ventaja, me
gusta creer que un poco de aislamiento voluntario es un bono a favor de mi
objetiva neutralidad. Y precisamente, en nombre de esa equidistancia, más que mencionar
autores y libros, quiero hablar de los procesos sufridos por la literatura
panameña a partir de la Invasión de Panamá de 1989.
¿Por qué a partir de la Invasión del 89? Porque en esa fecha aconteció
algo parecido a lo ocurrido con el impacto de un enorme asteroide que recibió nuestro
planeta hace 65 millones de años: unas especies desaparecieron y otras
florecieron. ¡Adiós dinosaurios! ¡Bienvenidos paquidermos!
Recuerdo que mi primer paso en serio para convertirme en escritor,
fue asistir a un taller literario, bueno, en realidad concurrí a un seminario
taller y consumado el mismo, los asistentes fundamos un taller literario. Me
explico. Un seminario taller es un curso con inicio y final programados; un
taller es un espacio que aspira a la permanencia donde sus miembros se
perfeccionan en el oficio literario, con o sin la guía de un maestro, con o sin
cierta mística propia.
Inmediatamente después del retiro de las tropas invasoras, cuando
las calles panameñas quedaron libres de los carros blindados y las tanquetas,
una de las primeras manifestaciones del resurgir de nuestro deshecho mundo
literario fue el taller literario. En realidad, fueron dos, Umbral Editores y
José Martí, el primero de narrativa y el segundo de poesía.
La mayoría de los escritores y las escritoras surgidos a la luz pública
en el primer quinquenio de la última década del siglo pasado, eventualmente
pasó por alguno de esos talleres. Pero espacios de ese tipo desaparecieron.
¿Qué ocurrió? Pues casi nada. Se impuso el espíritu individualista del panameño
promedio.
Sostengo que en Panamá hay tres problemas que dificultan el
desarrollo de proyectos culturales. El tercero en magnitud es conseguir
recursos económicos; en general, se piensa que la cultura y el arte no ameritan
gastos ni inversión. El segundo, es el disponer de logística: salones de
reuniones, sistemas de audio y sonido. Pero estos dos problemas son mínimos
comparados con el primero en magnitud: el lograr formar equipos de trabajo
eficaces y exitosos. En un grupo de tres personas, dos son gobierno y uno es
oposición.
Pienso que esa es la razón por la cual los talleres literarios
desaparecieron y fueron reemplazados por seminarios talleres que necesitan menos
trabajo en equipo. Hoy, además de seminarios talleres, en Panamá hay un par de diplomados
a nivel universitario.
En la segunda mitad de la década de los noventas del siglo pasado
tomaron auge los círculos de lectura. Uno en particular, el CLEC-USMA (Círculo
de lectura de la Universidad Santa María la Antigua), llegó a tener tanto
apogeo que la comunidad de escritores panameña se afanaba porque sus obras
fuesen leídas y comentadas en sus reuniones. Dichos cometarios eran publicados
en un discreto desplegado. Pronto dicho círculo de lectura pasó a presentar en
acto público los más recientes libros impresos, tanto los nacionales como los
importados. No extrañó para nada que algunos de sus miembros terminasen
convertidos en escritores. El CLEC-USMA evolucionó al actual círculo de lectura
Guillermo Andreve.
Por su tenacidad, es digno de mención el círculo de lectura
Extramuros de la Universidad de Panamá. En este siglo nació el movimiento
Siembra de Lectores que es una especie de federación de este tipo de
agrupaciones. También el estado panameño, al promulgar una ley que promueve la
lectura organizada en colegios y establecimientos públicos, contribuyó a que los
círculos de lectura, no los talleres literarios, hoy por hoy, sean las
asociaciones literarias más sanas y pujantes de Panamá, un país que a ratos se
ufana de ser un país no lector, una nación que a veces dice en voz alta que
apenas si osa leer el programa semanal de las carreras de caballo.
Al medio día del 31 de diciembre de 1999 regresó a señorío panameño
el territorio que fue conocido como Zona del Canal. En ese mismo instante se
cumplió la consigna: Un solo territorio, una sola bandera. Y al cumplirse ya no
tuvo más razón de ser.
Un número importante de obras de la literatura panameña del siglo XX
tuvo como tema la recuperación de esa parte del terruño nacional; la soberanía
era la religión que unía a los panameños, desconozco la existencia de obras
literarias, en cualquier género, que defendiesen la permanencia estadounidense
en la Zona del Canal, de existir no alcanzaron mayor relevancia.
Pero ya el canal es panameño y para un pueblo acostumbrado a olvidar
su historia, no tiene mayor sentido escribir sobre una cerca que dividía al
país; sobre niños que no podían cosechar los mangos que se perdían putrefactos,
todo porque estaba prohibido a los panameños disfrutar de su sabor. Y con el
cumplimiento de la consigna que animó a la literatura del siglo XX, la
literatura del siglo XXI perdió el norte y la razón para ser un corpus
cohesionado; pasó del discurso colectivo a la razón individual. Y eso no es más
que un síntoma que se hace evidente en la literatura, pero que es una
enfermedad nacional.
¿Acaso es que no hay problemas? Claro que los hay, lo que no existe es
un proyecto de sociedad aupado por las fuerzas vivas de la nación y cuyo
discurso sea articulado por los escritores y las escritoras panameñas.
Un connotado comunista panameño afirmó que la democratización de Panamá
debía ser la nueva bandera que nos uniera a todos y a todas. Pero quien se
impuso en mi patria fue la egocracia y ella es más motivo de descomposición que
de unión y arreglo. Y ese síntoma se refleja en el mundillo literario, tanto,
que parece imposible organizar un gremio de escritores y escritoras.
Todos nos quejamos de la crisis económica que nos agobia. Que si
esto no se puede hacer, es por culpa de la crisis; que si aquello no resultó,
es porque la crisis no lo permitió. Pero resulta que la crisis económica tuvo
un efecto que podríamos calificar de positivo en la literatura panameña. Las
imprentas fueron perdiendo sus mercados tradicionales, lo cual las empujó a
bajar los precios de impresión de libros y así apostar al volumen de títulos
impresos.
En Panamá escasean las editoriales, pero cualquier escritor se puede
auto publicar. Basta con hacer un arreglo de pago. La calidad de la literatura
panameña está en mayor parte en manos de los mismos escritores y escritoras.
¿Significa eso menor calidad? No necesariamente. La auto-publicación plantea al
escritor y la escritora un problema de ética profesional que, en el caso de
Panamá, divide a la comunidad literaria entre quienes se afanan por publicar en
cantidad y quienes se preocupan por la calidad. Demasía y excelencia, desierto
lleno de espejismos y valle repleto de piedras preciosas. Este aprieto también atañe
a los críticos literarios y, por supuesto, al lector.
A partir de aquel diciembre, ese que parece queremos olvidar, los
paradigmas que regían la literatura panameña fueron reemplazados por otros. Por
ejemplo, la crítica literaria evolucionó desde la glosa cuyo objetivo era desalentar
al mal escribidor y alejarlo de las publicaciones, hasta el comentario
inclusivo y estimulante que da la bienvenida al nuevo libro. De acuerdo a este
último modelo, basta con no comentar el libro que se considera de mala calidad,
el silencio es suficiente castigo. El problema de esta estrategia es lo dicho
en el famoso refrán: El que calla otorga. Si puede haber imprecaciones
innecesarias, también puede haber silencios cómplices.
Por suerte, las falencias en la crítica han mantenido al mundillo
literario panameño bastante libre de dictadores sedientos de imponer sus dogmas.
Las sectas y capillas, cuando las hay, son canijas y efímeras. Ahora bien,
nunca he visto que una crítica adversa aleje a los lectores de los libros, pero
sí he visto que la patanería del autor los aparta de las librerías.
Otros paradigmas, también, fueron reemplazados. En pocos años pasamos
de depender editorialmente del estado, a la publicación sostenida por la gestión
particular; de la necesidad del espaldarazo dado por el escritor consagrado al
novel literato, al lanzamiento, audaz y autónomo, a la palestra pública. Y los cambios
siguen y se sostienen. A nivel mundial hay un florecimiento de los festivales
de poesía y son los nuevos y las nuevas poetas quienes asisten a ellos y sin
pedirle permiso a nadie.
No toda la tradición ha sido descartada. Siguen vigentes los
mecanismos habituales para lograr algún tipo de reconocimiento: ganar
concursos, publicar libros que reciban críticas positivas, asistir a congresos
y ferias del libro; pero hoy pesa más que nunca la filosofía del libro mejor
vendido. Las ventas en colegios y universidades están muy bien organizadas y,
por ende, son exitosas. Eso no significa que un libro muy vendido gracias la
obligatoriedad de una nota o calificación, sea un gran libro. Pienso que por
eso los premios siguen siendo la joya más brillante de la corona de la
consagración. Sobre todo el Concurso Nacional de
Literatura Ricardo Miró. Pero
ni ventas ni laureles pueden reemplazar al gran magistrado: el tiempo.
En la mitología griega, el titán Cronos tenía la costumbre de engullir
a sus hijos. Y así lo hizo hasta que Zeus lo enfrento y lo destronó. Igualmente,
quien quiera ganarse el título de escritor o escritora debe imitar al dios rey
del Olimpo, debe enfrentar y vencer al tiempo.
Recuerdo que cuando comencé mi caminar en el oficio de escritor, que
por cierto lo hice publicando un apresurado conjunto de cuentos a la primera
oportunidad que tuve, mi mayor deseo era rozarme con la totalidad de la
comunidad literaria de mi país. Hoy en día sé que este oficio no se trata de
cuantas amistades tenga en el mundillo literario, se trata de escribir una obra
que de la cara por mí y que resista los zarpazos de Cronos.
Además de la calidad, a mi modo de ver, para que una buena obra no
desaparezca en el tubo digestivo de Cronos, es oportuno cumplir con otras tres
condiciones. La primera de ellas es la resistencia del autor. Este oficio es una
maratón, no una carrera de cien metros; no es velocidad, es capacidad de sostener
el paso. Se trata de trabajar y no de estar dando excusas. Persistir en la lectura, en el oficio de
escribir y en la disciplina de tachar. Leer, escribir y tachar. Leer, escribir
y tachar. Per secula seculorum.
Para cumplir con la segunda condición, es preciso involucrarse en la
promoción de la propia obra literaria. Escritores internacionalmente
consagrados, con un nombre que los precede, están directamente comprometidos
con la promoción de sus obras. No entregar la obra al público convierte al acto
creativo en mera terapia ocupacional y no meterse de lleno en dicha entrega es
una simple pose esnobista. El Internet ha impuesto nuevas reglas y lo ha hecho
exitosamente, ya nadie tiene excusa de no poder involucrarse en la promoción de
su propia literatura.
No abundan los escritores que cumplan la última condición, pero
aquellos que la asumen le dan decoro al oficio. Y hablo de los que guardan
especial lealtad a su pueblo y a los pueblos del mundo, los que van más allá
del juego del yo-yo y tocan las profundas fibras de la patria pequeña y de la
patria grande. Estos escritores, los escritores comprometidos, no sólo
prometen, se meten en la vida. Se solidarizan con ella, se sueldan a su
andamiaje.
Panamá es afortunada, tiene un puñado de escritores veteranos y
noveles con obras de calidad que cumplen estas tres condiciones. No son todos,
sólo unos cuantos, unos cuantos que valen su peso en oro. No llenan un directorio,
sí una página trascendental.
¿Qué cómo veo a las letras panameñas desde mi equidistante puesto de
vigilancia? Las veo bregar. Bueno, por lo menos a parte de ellas, ya lo dije.
Cada cierto tiempo aparece una nutrida camada de escritores y
escritoras, pero no mucho después, el grueso de ese grupo desaparece de la
escena literaria. Sin embargo, los tercos y las tercas se quedan a bregar y dejan
huellas en la literatura, en la historia de la literatura, en la historia de la
patria. Hay promotores literarios panameños que interpretan como positivo la
gran cantidad de escritores panameños que cada año salen a la palestra con un
nuevo libro, en mi opinión lo positivo consiste que sólo unos cuantos
sobreviven el paso del tiempo y que lo hacen con libros que pueden dar la cara
por el país en cualquier punto del orbe.
En todas partes debe ser igual. Lo particular de
Panamá es que mi patria es tierra de boxeadores y comerciantes, no de
literatos. Por esa razón, los escritores tercos, las escritoras tercas de Panamá
pertenecen al mejor linaje de Zeus. No mencioné ninguno de sus nombres, pero me
imagino que ustedes ya los conocen, y como los conocen lo más probable es que
coincidan conmigo: ellas y ellos no
serán ingeridos por el Titán Cronos, ¿verdad?