domingo, 28 de marzo de 2010

PORQUE TE QUIERO DEJO QUE ME APORREAS

“Cuando el ser humano abandona la imaginación creadora el futuro se le presenta como amenaza. Lo nuevo atemoriza. Entonces se refugia en la nostalgia, como si en el pasado residiera el mejor de los mundos. Es el retorno al Edén bíblico, al “paraíso perdido” de Milton, a la seguridad del útero materno diagnosticada por Freud.”


Frei Betto

Cuando niño, en mis primeras visitas al médico y luego de sacarme sangre de las venas, siempre regresé a casa convencido de ser miembro de la realeza. Como la sangre de las venas de todos nosotros es azul, por lo menos oscura, me creía un hijo de reyes. A propósito, la sangre de las arterias es roja.


Con el tiempo comprendí que no soy un príncipe, y no tengo ningún problema de autoestima; simplemente entendí que mis privilegios deben ser fruto de mi trabajo y no del color de mi sangre. Pero, en pleno siglo 21, mucha gente vive creyendo en las castas reales. Especialmente, muchas mujeres aún creen en los príncipes azules. Pienso que esa es la raíz de su complicidad en la violencia familiar. Y es que algún grado de responsabilidad debe tener una mujer maltratada que es una profesional y tiene autonomía económica.


Los príncipes azules no existen. Existen hombres de carne y hueso que pueden ser agresores o protectores de sus compañeras. Es posible que se disfracen, pero puede ser que estos personajes muestran lo que son desde el inicio. El novio que le propine un bofetón a su novia, de casados le va a dar tres. El novio que se preocupa porque su novia llegue a salvo a casa de sus padres, lo hará tres veces mejor. Lamentablemente, pocos agresores dejan de serlo y muchos protectores se quitan, en cualquier momento, las pieles de oveja con las cuales escondían sus cueros de fieros lobos. Moraleja: nunca cerrar los ojos; el estar enamorada no es árnica que alivia un dolor en las costillas rotas.

viernes, 19 de marzo de 2010

PORQUE TE QUIERO TE APORREO


“Ah, la razón, esa vieja hembra embustera.”
Friedrich Nietzsche

Entre nosotros, los seres humanos, hay un afán que raya en enfermizo por el poseer la razón; no por encontrarla, sino por tenerla. Siendo así las cosas, las conclusiones prácticas son bastantes simples: un desprecio campante por las evidencias y por tanto, una concepción mágica y no realista del universo. ¡Enajenación total!


También, y esto es lo grave, nace una disposición permanente al uso de algún grado de la violencia. Por lo menos, se está muy dispuesto a justificar los ataques y agresiones que sufran aquellos que nos disputen la posesión de la razón.


De allí el racismo, la xenofobia, la intolerancia ideológica y religiosa. De allí la peor de todas las violencias: la violencia intra-familiar, específicamente, la violencia contra la mujer, mucho más específicamente, la violencia contra las esposas, las novias, las compañeras.


¿Y cuál es la razón que, a punta de trompadas y patadas, defiende el agresor? ¿Y cuál es la razón que la mujer le disputa a su compañero? Pues una tan simple que asusta: ¡Los hombres se respetan! Y que argumento tan idiota. ¿Por qué? Porque no se fundamenta en la valía del hombre sino en la depreciación de la mujer.


Tradicionalmente, en el más común concepto sobre los géneros de nuestra sociedad, se es hombre porque al lado se tiene a una mujer, y en la más enferma de las nociones sociales, un hombre tiene más valor en la medida que tiene sometida a una mujer que no vale nada.


¡Y encima se disfraza esa aberración con el traje del cariño y del amor! Pienso que en realidad sólo es mera cobardía el suicidarse después de asesinar a la compañera. ¡Miedo! Sí, temor a tener que enfrentar a otros hombres en la cárcel, hombres que van a estar más que dispuestos a infringirle dolor. Hasta ahora no conozco a nadie que le pegue a una mujer que aguante la mano de otro hombre.

domingo, 14 de marzo de 2010

EN LA GENEROSIDAD ESTÁ EL TRIUNFO


“La educación hace a la gente fácil de dirigir, pero difícil de manipular; fácil de gobernar, pero imposible de esclavizar”.
Henry Brougham


Todos, en algún momento, hemos escrito pensamientos en un cuaderno o dedicado una tarjeta navideña o de cumpleaños; incluso, algunos han osado escribir un poema. Mundos, pasillos, playas o aldeas brotan de la mente, fluyen por el bolígrafo o el computador hasta el papel o la pantalla del monitor; buscando afanosamente la auténtica y objetiva meta: los lectores, por lo menos, un lector. Un amigo, la novia o el psiquiatra. Es en esa pradera de incitaciones donde un taller literario surge como potro salvaje; potro cuyo relincho resuena en los cráneos en forma de pregunta: ¿Seré acaso un escritor?

Los talleres literarios no son instituciones donde, con el uso del papel carbón, salen poetas y poetisas seguidores de tal o cual receta. Del taller se toma lo que se necesita y no es una muleta sin la cual no se puede escribir. Dentro del taller debe haber mucho respeto. Un taller es una reunión de gente inundados por el deseo de escribir que se ponen a escribir, pero sobre todo, se ponen a leerse los unos a los otros. Yo te leo, tú me lees.

En Panamá hay una historia de los talleres. Ellos han incidido positivamente en el devenir de un grueso número de escritores. Los maestros Dimas Lidio Pittí y Pedro Correa dirigieron talleres que hicieron historia en los ochentas. En los noventa los más famosos fueron los talleres de los colectivos Umbral y José Martí. Actualmente hay pocos autores dedicados a eventualmente a dicha tarea. Carlos Fong y Héctor Collado son los escritores más dedicados a dicha labor. Consuelo Tomás y la nunca olvidada Mireya Hernández, también hicieron lo suyo. A todos los motivó el deseo de incentivar la creación literaria, a ninguno se le ocurrió hacer lo contrario. ¿Estaremos hablando de generosidad? Si los talleres escasean ¿es que la bondad escasea?

domingo, 7 de marzo de 2010

PARA APRENDER A TOMAR RIESGOS

Muchas personas pierden las pequeñas alegrías esperando la gran felicidad.”
Peral S. Buck.

Recreo y escuela son sinónimos. Un timbre, correr por el patio, abrir las loncheras, sudar el cuello de las camisas. Pero. ¿Recuerdan ustedes su quinto grado de primaria? ¿Recuerdan al chico o chica que siempre procuraba apoderarse del contenido de sus loncheras o del dinero de su merienda? Si, si. Ese que los correteaba para sonarlos hasta hacerles sudar el cuello de la camisa. Ese que les hacía desear oír pronto el timbre que ponía fin al recreo.


A pesar de los abusivos, la infancia y la adolescencia son épocas de amistad. También en esos primeros años nacen las creencias profundas, esas que han de guiar nuestros pasos por el resto de nuestras vidas, esas que llaman principios y valores.


Una de las más graves características de estos tiempos es la diversidad de códigos con los cuales manejamos nuestro día a día. Son tantos que es muy común escuchar la afirmación: Lo que es bueno para uno es malo para el otro. ¡Qué fruto de la acelerada atomización de nuestra sociedad! A veces, parece que quien mantiene unida a la humanidad es la televisión y sus comerciales.


Por suerte existieron, existen y existirán los y las imprescindibles. Los José Martí y las sor Juana Inés de la Cruz que se jugaron la vida al predicar y más que todo, practicar la libertad, la autorrealización y la solidaridad. Por suerte, aún en este territorio pasto de los centros comerciales, hay voces que paradas sobre sus fuertes piernas sueñan y construyen un mundo mejor.


Es curioso pensar que en Panamá, un país lleno de gringófilos confesos, los principios que fundamentaron el surgimiento de los Estados Unidos de América sean tantas veces olvidados: Todos los hombres nacieron para ser felices y ningún tirano tiene derecho alguno de atentar contra dicha felicidad. De repente, debo recomendar una investigación sobre las vidas de Tomás Jefferson y Benjamín Franklin y a despreocuparse por el siguiente capítulo de los Simpson.