Este libro que David Robinson nos ofrece hoy bajo el nombre de Heurísticas es una colección de cien artículos que se empezaron a publicar cada viernes con el nombre de cibertículos desde diciembre de 2001 en el diario Día a día.
Así como un pintor va haciendo bocetos de los temas que considera interesantes para la composición de sus cuadros, así mismo David fue recopilando estas notas, muchas de las cuales bien podrían ser semillas para una novela o para un voluminoso ensayo. Estos cien bocetos, tan breves que en algunos casos me atrevería a calificar de caricaturas, son notas recogidas por el autor en su peregrinaje por la vida, sacando consecuencias de los hechos con que se ha ido tropezando, despertando las conciencias dormidas de sus conciudadanos, denunciando las injusticias de las que son víctimas sus prójimos o él mismo en muchos casos.
La limitación de estos cien artículos en apenas 187 páginas les puede dar una idea de su brevedad, de su concisión. Aquí se cumple a cabalidad el refrán que dice que lo bueno, si es breve, es doblemente bueno.
El título del libro nos sugiere que esta serie de artículos se debe a la heurística, a la invención que es fruto de la investigación, pero no de la investigación sistemática, libresca, sino de la que se plantea el hombre de la calle, el hombre (y la mujer, por supuesto) que tiene que verse forzado cada día a ganar el pan y que se pregunta por qué está condenado a chocar continuamente en los barrotes de la jaula donde la civilización lo tiene preso. El subtítulo Del instinto al oficio nos hace pensar que el autor, empujado por ese instinto vital que lo lleva a retar al destino, se propone comunicar sus inquietudes a otros semejantes mediante el oficio de escritor.
La mayor parte de estos artículos van precedidos de epígrafes. Son sentencias breves o frases enjundiosas dichas por diferentes personajes de todas las épocas, algunos tan antiguos como el filósofo Epicteto o el evangelista San Mateo, pasando por Mario Benedetti, Pablo Ruiz Picasso, Mario Vargas Llosa, Desmond Tutu, Jean Paul Sartre, Eduardo Galeano, Mohandas Gandi, Pablo Neruda, Jorge Luis Borges, Stephen Hawkins, etc. y otros tan próximos a nosotros en el tiempo y en el espacio como los escritores Ernesto Endara, Rose Marie Tapia, Carlos Wynter o el cantante Rubén Blades,
David Robinson es un educador. Su vocación docente le permite estar en contacto directo con los que, para bien o para mal, heredarán los triunfos o los fracasos de la sociedad actual. En las páginas de este libro se refleja la preocupación del autor por esa juventud que, desligada cada vez más de las tradiciones y de los principios morales de sus abuelos, navega a la deriva sin brújula ni timón, mirándose el ombligo a falta de algún horizonte donde fijar la vista. Estoy seguro de que muchas de las páginas de este libro están inspiradas en la preocupación del autor por nuestra juventud y por la responsabilidad que nos cabe a los adultos en el porvenir de las generaciones venideras.
David Robinson es un excelente escritor y, por ser escritor es artista. La literatura es un arte y él desde luego, domina la magia de las palabras para darle lustre y belleza a lo que escribe. Sin embargo yo veo en David Robinson, además del artista, al filósofo; pero no un filósofo académico, doctrinario, sino un filósofo del pueblo, un filósofo descalzo, que sabe encontrar conceptos profundos en el acervo popular, en las preocupaciones cotidianas, y que sabe expresar esta sabiduría en el lenguaje sencillo de la gente común. Un filósofo descalzo, que dice verdades como ruedas de molino que en su rodar aplastan a hipócritas y timoratos. Yo veo a David Robinson como una especie de Diógenes que no necesita más mansión que un simple tonel y cuyos deseos se limitan a que ningún poderoso le tape el sol.
En estas heurísticas David Robinson se va sacando del alma jirones de sí mismo, pedazos de intimidad, con el mismo dolor con que una madre pare sus hijos. Después nos va mostrando esos retazos de sus entrañas uno por uno en estos artículos que hoy nos ofrece en forma de libro, con el mismo entusiasmo con que una madre exhibe el fruto de su vientre.
David Robinson pone bajo la lupa de su criterio transparente los temas más diversos y los comenta con un inconfundible estilo literario directo y desenfadado. Aquí van a encontrar ustedes opiniones sobre la ética, sobre el bien y el mal, la cordura y la locura, el odio y el amor, la vocación, la felicidad, la venganza, lo bello y lo feo, el pensamiento, la cultura, la identidad, la vida, lo real y lo ficticio, la libertad, el destino, la verdad y la mentira, la culpa y el perdón, la confianza, la utopía…
Opina el autor en un mismo artículo sobre Julio César y sobre el fútbol, en otro nos habla de la fe y de las bacterias, Toca la sociedad en sus facetas más sensibles. Habla del hambre y del consumismo, del derecho y de la corrupción, de los depredadores y de las víctimas, de competir y de compartir, del trabajo, de las profesiones y los oficios, de la discriminación, del machismo, de los contratos, del matrimonio, de los hijos, de la civilización occidental, de las religiones y de la tolerancia, de la delincuencia y de la policía, del tráfico de drogas, de los mesías y sus seguidores, de los mitos…
A David le duele la Patria. Nos habla del 9 de Enero, de la identidad nacional de los panameños, de la ampliación del Canal…
Pasa de la profunda reflexión sobre algún tema trascendente a la ironía o a la sátira con la agilidad mental del escritor polifacético, que sabe cómo tratar los temas más diversos.
Igual comenta el mayo francés de 1968 como los pavos de los diablos rojos, la literatura de autoayuda o los que cruzan la calle por debajo de los puentes peatonales, las hipotecas de los bancos o la Cucarachita Mandinga..
Y, por si fuera poco, David también nos hace partícipes en este libro de ciertas experiencias personales, ya sean satisfactorias, como la presentación de su libro de cuentos Soles de tinta y papel, o lamentables, como las conmovedoras palabras que pronunció en el sepelio de su madre.
Los cien artículos de este libro me recuerdan los del Diccionario filosófico de Voltaire, pero hechos a nuestra medida, más concisos, más actuales y más nuestros. Son espejos donde los lectores podemos vernos reflejados, donde podemos encontrar nuestros propios mitos y nuestras propias dudas, nuestras miserias y nuestros temores y, lo que es más importante, aprenderemos a convivir con estos demonios porque el autor nos llevará de la mano a conocerlos.
Es un libro escrito, como dijo en el siglo XIII Gonzalo de Berceo, “en román paladino en qual suele el pueblo fablar con so vezino”. Yo creo que bien vale, como los versos de Berceo, “un vaso de bon vino”, con el que brindar esta noche por el libro y por su autor.
Así como un pintor va haciendo bocetos de los temas que considera interesantes para la composición de sus cuadros, así mismo David fue recopilando estas notas, muchas de las cuales bien podrían ser semillas para una novela o para un voluminoso ensayo. Estos cien bocetos, tan breves que en algunos casos me atrevería a calificar de caricaturas, son notas recogidas por el autor en su peregrinaje por la vida, sacando consecuencias de los hechos con que se ha ido tropezando, despertando las conciencias dormidas de sus conciudadanos, denunciando las injusticias de las que son víctimas sus prójimos o él mismo en muchos casos.
La limitación de estos cien artículos en apenas 187 páginas les puede dar una idea de su brevedad, de su concisión. Aquí se cumple a cabalidad el refrán que dice que lo bueno, si es breve, es doblemente bueno.
El título del libro nos sugiere que esta serie de artículos se debe a la heurística, a la invención que es fruto de la investigación, pero no de la investigación sistemática, libresca, sino de la que se plantea el hombre de la calle, el hombre (y la mujer, por supuesto) que tiene que verse forzado cada día a ganar el pan y que se pregunta por qué está condenado a chocar continuamente en los barrotes de la jaula donde la civilización lo tiene preso. El subtítulo Del instinto al oficio nos hace pensar que el autor, empujado por ese instinto vital que lo lleva a retar al destino, se propone comunicar sus inquietudes a otros semejantes mediante el oficio de escritor.
La mayor parte de estos artículos van precedidos de epígrafes. Son sentencias breves o frases enjundiosas dichas por diferentes personajes de todas las épocas, algunos tan antiguos como el filósofo Epicteto o el evangelista San Mateo, pasando por Mario Benedetti, Pablo Ruiz Picasso, Mario Vargas Llosa, Desmond Tutu, Jean Paul Sartre, Eduardo Galeano, Mohandas Gandi, Pablo Neruda, Jorge Luis Borges, Stephen Hawkins, etc. y otros tan próximos a nosotros en el tiempo y en el espacio como los escritores Ernesto Endara, Rose Marie Tapia, Carlos Wynter o el cantante Rubén Blades,
David Robinson es un educador. Su vocación docente le permite estar en contacto directo con los que, para bien o para mal, heredarán los triunfos o los fracasos de la sociedad actual. En las páginas de este libro se refleja la preocupación del autor por esa juventud que, desligada cada vez más de las tradiciones y de los principios morales de sus abuelos, navega a la deriva sin brújula ni timón, mirándose el ombligo a falta de algún horizonte donde fijar la vista. Estoy seguro de que muchas de las páginas de este libro están inspiradas en la preocupación del autor por nuestra juventud y por la responsabilidad que nos cabe a los adultos en el porvenir de las generaciones venideras.
David Robinson es un excelente escritor y, por ser escritor es artista. La literatura es un arte y él desde luego, domina la magia de las palabras para darle lustre y belleza a lo que escribe. Sin embargo yo veo en David Robinson, además del artista, al filósofo; pero no un filósofo académico, doctrinario, sino un filósofo del pueblo, un filósofo descalzo, que sabe encontrar conceptos profundos en el acervo popular, en las preocupaciones cotidianas, y que sabe expresar esta sabiduría en el lenguaje sencillo de la gente común. Un filósofo descalzo, que dice verdades como ruedas de molino que en su rodar aplastan a hipócritas y timoratos. Yo veo a David Robinson como una especie de Diógenes que no necesita más mansión que un simple tonel y cuyos deseos se limitan a que ningún poderoso le tape el sol.
En estas heurísticas David Robinson se va sacando del alma jirones de sí mismo, pedazos de intimidad, con el mismo dolor con que una madre pare sus hijos. Después nos va mostrando esos retazos de sus entrañas uno por uno en estos artículos que hoy nos ofrece en forma de libro, con el mismo entusiasmo con que una madre exhibe el fruto de su vientre.
David Robinson pone bajo la lupa de su criterio transparente los temas más diversos y los comenta con un inconfundible estilo literario directo y desenfadado. Aquí van a encontrar ustedes opiniones sobre la ética, sobre el bien y el mal, la cordura y la locura, el odio y el amor, la vocación, la felicidad, la venganza, lo bello y lo feo, el pensamiento, la cultura, la identidad, la vida, lo real y lo ficticio, la libertad, el destino, la verdad y la mentira, la culpa y el perdón, la confianza, la utopía…
Opina el autor en un mismo artículo sobre Julio César y sobre el fútbol, en otro nos habla de la fe y de las bacterias, Toca la sociedad en sus facetas más sensibles. Habla del hambre y del consumismo, del derecho y de la corrupción, de los depredadores y de las víctimas, de competir y de compartir, del trabajo, de las profesiones y los oficios, de la discriminación, del machismo, de los contratos, del matrimonio, de los hijos, de la civilización occidental, de las religiones y de la tolerancia, de la delincuencia y de la policía, del tráfico de drogas, de los mesías y sus seguidores, de los mitos…
A David le duele la Patria. Nos habla del 9 de Enero, de la identidad nacional de los panameños, de la ampliación del Canal…
Pasa de la profunda reflexión sobre algún tema trascendente a la ironía o a la sátira con la agilidad mental del escritor polifacético, que sabe cómo tratar los temas más diversos.
Igual comenta el mayo francés de 1968 como los pavos de los diablos rojos, la literatura de autoayuda o los que cruzan la calle por debajo de los puentes peatonales, las hipotecas de los bancos o la Cucarachita Mandinga..
Y, por si fuera poco, David también nos hace partícipes en este libro de ciertas experiencias personales, ya sean satisfactorias, como la presentación de su libro de cuentos Soles de tinta y papel, o lamentables, como las conmovedoras palabras que pronunció en el sepelio de su madre.
Los cien artículos de este libro me recuerdan los del Diccionario filosófico de Voltaire, pero hechos a nuestra medida, más concisos, más actuales y más nuestros. Son espejos donde los lectores podemos vernos reflejados, donde podemos encontrar nuestros propios mitos y nuestras propias dudas, nuestras miserias y nuestros temores y, lo que es más importante, aprenderemos a convivir con estos demonios porque el autor nos llevará de la mano a conocerlos.
Es un libro escrito, como dijo en el siglo XIII Gonzalo de Berceo, “en román paladino en qual suele el pueblo fablar con so vezino”. Yo creo que bien vale, como los versos de Berceo, “un vaso de bon vino”, con el que brindar esta noche por el libro y por su autor.