“Para que exista un
verdadero desarrollo integral es necesario ver la realidad desde un punto más
amplio que incluya un pensamiento económico, social, antropológico, filosófico,
pedagógico y, desde luego, cultural, para que de esta forma podamos salir de
los fundamentalismos estrechos que nos tienen viviendo en el siglo pasado en
términos educativos y culturales.”
Carlos Fong
Cuando el imperio británico
aceptó de mala gana, luego de su derrota moral, arriar su pabellón y darle paso
a la bandera de la nueva República Masái Centroafricana, accedió a retirarse de
todo el territorio de su antigua colonia, excepto de una base militar que
protegía un estratégico paso de montañas. Montañas que, por cierto, también son
ricas en minerales exóticos.
Luego de esta incompleta
separación, el grueso de los escritores Masái y la totalidad de sus educadores
se dedicaron a construir una nueva nacionalidad, de personas soberanas con
mentes libres de la colonia. Eso fue así durante tres generaciones. Tal fue el
impacto positivo que tuvo tal decisión política de sus intelectuales que la
juventud Masái, consciente de su libertad y dignidad, se enfrentó cívicamente a
las tropas colonialistas dando por resultado final, que el paso de montaña rico
en minerales exóticos pasase a ser parte integral de la República Masái
Centroafricana. La base militar inglesa desapareció. ¡Victoria para los pueblos
libres del mundo!
Pero, hay un pero. La susodicha
República Masái Centroafricana no existe, sin embargo, el proceso que describí
de construcción de una nacionalidad con participación de escritores y
educadores sí fue real, muy real, tan real que hoy los panameños podemos
comprar una muy nacional tortilla frita en donde hace media centuria había una
base militar. Panamá nació el 3 de noviembre de 1903, pero no necesariamente
ese día nacieron los patriotas panameños; ese sentirse Panamá fue construido, precisamente,
por las obras literarias de Joaquín Beleño, José Franco, Amelia Denis de Icaza,
Diana Morán y muchos otros literatos. Ojalá nunca olvidemos que en la Gesta
heroica de enero de 1964 la consigna era: Panamá es soberana en la zona del
canal. Nunca fue Colombia es soberana en la zona del canal y mucho menos, Somos
un estado asociado de los EUA. Para la fecha, 1964, Panamá ya existía en el
corazón de todos sus habitantes.
Y no es cosa del pasado. Acaba
de ocurrir otro ejemplo. En medio de las negociaciones para remediar la crisis
que estamos atravesando, las mujeres gnobes decidieron entregar un símbolo a su
contraparte gubernamental: un plato de arroz con tuna, dos productos cuyos
precios fueron congelados por el gobierno; la tuna no tenía cebolla, porque la
cebolla no tenía hasta ese momento su precio congelado. La reacción de los
ministros negociadores fue de asco. El mensaje no pudo ser más claro: yo te
congelo los precios de los alimentos que yo desprecio. Las críticas a tal
reacción no faltaron. Entre ellas las del poeta Héctor Collado que escribió en
versos su diatriba contra los gubernamentales y su apoyo al símbolo gnobe. La
respuesta positiva del público lector de las redes sociales fue abrumadora.
¿Acaso esa no es la gran aspiración de todo literato: que de sus textos se
adueñen los lectores? Por lo menos así dice la leyenda que fue con el ilustre
Carlos Francisco ChangMarín. Se dice que el poeta fue a una cantadera y escuchó
que el trovador en turno cantaba una de sus letras. Don Chico se acercó al
cantante y le preguntó por el autor de la última décima y el cantador le dijo:
“Es mía”. Dice la leyenda que ChangMarín no pudo sentirse más orgulloso. Una de
sus letras ya no le pertenecía a él, sino al pueblo.
Si es así, entonces, todo
literato tiene una grave responsabilidad. Estoy convencido de que la palabra
nunca es inocente, siempre tiene una carga que sirve o para construir naciones
o para destruirlas. Gracias a que permanece más tiempo incólume, la palabra
escrita tiene mucho poder. Por eso publicar un libro es un ejercicio del poder.
Y el poder que busca construir hay que administrarlo con compromiso, prudencia
y sapiencia. Quien afirme que no quiere quedar sembrado en el imaginario de sus
lectores, solamente está posando para la foto que será olvidada.
Y hablando de libros publicados
(que es un asunto aparte del proceso creativo literario, totalmente aparte), me
gustaría compartirles algunos sucesos de los cuales fui testigo. El primero
ocurrió inmediato a la Invasión. La entonces directora del entonces INAC,
licenciada Julia Regales, nombró en el departamento de letras a Enrique
Jaramillo Levi, en la editorial Mariano Arosemena a Ramón Oviero, en la
imprenta de la Nación a Héctor Rodríguez y en el diseño de los libros a Pablo
Menacho. La dama y estos caballeros descubrieron que en sus depósitos había
gigantescos royos de papel periódico perdiéndose por la severidad del clima, me
parece que fueron donados por la hoy extinta URSS. ¿Por qué no fueron
utilizados por las autoridades del régimen militar? ¿Por la crisis de Noriega?
¿Por la acostumbrada desidia del funcionariado público? No tengo idea, pero el
hecho es que el INAC de entonces se dedicó a publicar libros, hasta agotar el
papel existente. Es más, hubo una sana competencia entre Letras y la Editorial.
El descubrimiento de esos royos de papel periódico añadió nuevas figuras al
parnaso literario istmeño.
El segundo suceso que quiero
mencionar fue que a mediados de los 90’s llegó a nuestra nación la impresión
digital. Ya no había que imprimir un mínimo de 300 libros con el consiguiente
problema logístico del almacenamiento. A partir de entonces, de acuerdo con la
demanda, se imprimen los libros. Nuevamente, eclosión de publicaciones y, por
ende, de escritores.
El tercer suceso del que voy a
dar testimonio ocurrió durante el gobierno de Moscoso. Por un lado, su gestión
administrativa provocó en la economía nacional el fenómeno llamado por los
especialistas: el efecto Mireya. Éste provocó que los impresores comenzasen a
aceptar toda clase de trabajos, incluyendo libros, así de mal estaba la cosa
económica. Antes de continuar, estoy obligado a reconocer públicamente a héroes
como el señor René Sirias que de siempre apostó por imprimir libros y a Luis
Eduardo Henao que, una vez creada su editorial Portobelo, no ha dejado de
trajinar. Bien, prosigo. Al efecto Mireya hay que añadir que la tecnología
Ofset acortó los tiempos de impresión y con ello a la larga abarató los costos.
Pero el papel en Panamá sigue siendo caro.
Hoy en día ya no hay tipógrafos.
Las nuevas tecnologías desplazaron a las antiguas linotipias, hoy, tanto la
imprenta nacional Articsa como la internacional Amazón utilizan las tecnologías
ya mencionadas. En lo esencial, pese al discurso de los descubridores del agua
tibia, no muchas cosas han cambiado.
Lo que sí ha cambiado es el
crecimiento exponencial del número de lectores. Las razones de este fenómeno es
tema para otra ocasión. Este despunte de lectores les ha abierto la puerta a
muchos nuevos escritores y reabierto las mismas puertas a muchos escritores de
trayectoria. Todavía hay muchas interrogantes que resolver sobre la calidad de
la lectura, sobre si es temporal o si se va a extender en el tiempo o si
solamente se trata de un pequeño grupo que está haciendo mucha algarabía. Me
inquieta saber qué pasará cuando los actuales lectores reseñadores se hagan
preguntas como: ¿Yo quiero que enamoren a mi hija con estos versos? ¿Yo quiero
que la imaginación de mi hijo sea alimentada por estas narraciones? No lo sé,
lo que sí sé es que en Panamá está ocurriendo algo y no es gracias a los
escritores, es gracia a los lectores. Y eso todo escritor tiene que descubrirlo,
entenderlo, comprenderlo, evaluarlo y asumirlo, porque de lo contrario, su
recuerdo, es decir, el poder de sus libros, se perderá entre los dedos de mago
que tiene el silencioso tiempo.
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