“Han pasado tantas generaciones en este círculo de
sometimiento, que de un momento a otro empezamos a confundir la libertad, con
volvernos mayorales o empleados de confianza de la corrupción.”
Víctor Paz
No soy deportista, no
juego ni al fútbol ni al béisbol. Tampoco veo estos deportes por televisión. Bueno,
quizás si practico un deporte, uno que es poco popular, a mí me gusta pensar; tal
vez si me gustaría ver en el televisor gestas de este ejercicio.
Uno de los temas que más
me hace pensar es mi patria Panamá. Por lo general, lo que más pienso, es que
nosotros los panameños no tenemos una visión clara de la vida, de nuestra vida.
Que estamos como confundidos, enredados entre las patas de los caballos. Una
especie de cultura de la autodestrucción. Economías hogareñas donde los egresos
superan, con creces, a los ingresos. Relaciones profesionales tamizadas por el
juega vivo.
Pero lo que realmente me
preocupa es que siento que el fanatismo está creciendo en Panamá. Me parece que
cada vez más somos un pueblo caótico, seudo ordenado por paradigmas que no
entendemos ni comprendemos y que tragamos sin masticar, que asimilamos sin
digerir. Me parece que cada vez más somos una tribu de talibanes caribeños.
Nuestra historia dice que
es poco probable que aquí se armen hordas de inquisidores listos a incendiar en
piras a los herejes, pero si sigue en aumento el número de mentes que prefieren
los dogmas a las razones, tarde o temprano se perderá la capacidad de dialogar
y eso significa que estaremos más cerca de las fogatas. ¡Y eso es terrible!
Por lo general pienso que nosotros, los panameños, estamos haciendo lo
necesario para apagar las luces y vivir en la oscuridad; para regresar a la caverna.
Si, por lo general eso es lo que pienso.