Filisteos al aire
“No es el poder del hechizo, es el poder que tú le das.”
Anónimo
Los saduceos
eran una secta judía que, a pesar de su confesión de creyente en Dios, renegaba
de su principal promesa: la resurrección. Sin vida futura, la conclusión es
lógica: todo es en esta vida y, me refiero, a poseer toda la riqueza.
Esa ha sido la
filosofía de todos aquellos que se han autoproclamado dueños del mundo. Desde
los generales Julio César y Genghis Khan, hasta las corporaciones Halliburton y
British Petroleum. No hay mañana, todo el poder ahora, ya. Por eso se me antoja
llamarlos saduceos.
Los saduceos
llevan milenios en guerra contra los desposeídos. Por eso tienen los mejores
ejércitos. Llevan miles de años manipulando a los marginados a través de las
ideologías: las religiosas y las políticas, y ahora controlan la programación
televisiva. Un saduceo puede hablar de las promesas divinas en las que no cree
o de las revoluciones sociales que no comparte o del bienestar común del cual
se ríe, con tal de continuar la expoliación y cuando lo cree necesario, sin que
le tiemble la mano, hunde el cuchillo en el pecho que se le enfrenta.
Pero el principal pilar del poder de los saduceos
no está ni en los fusiles ni en sus dinerales. Ni en el acero ni el oro. Está
en la tonta idea que tienen los filisteos, los que hacen el trabajo sucio, de
que algún día serán admitidos en el club Unión Saduq. Y por ese insano deseo,
los filisteos, armados y sedientos de dolor, expolian a los desposeídos y, lo
tristemente absurdo, regalan lo expoliado a los saduceos y se conforman con las
migajas. Somos 7 mil millones de humanos en el planeta. Varios miles de
filisteos se enriquecen cada año. Varios miles de empobrecidos mueren cada día
de hambre. Ningún saduceo empobrece. ¡Maldita aritmética!