domingo, 17 de febrero de 2013

EL ACOSO AL RARO



La rara
 
“Un hombre libre es más puro que el diamante.”
Manuel Scorza

Al raro no le importan la riqueza y el poder tanto como la libertad de pensar y sentir, de tomar la actitud que le plazca. Al raro no le importan la fama y el prestigio tanto como el ser creativo y tener una obra que de la cara por él, es más, lo irrita la gente que lo halaga sin conocer sus ejecutorias. Al raro no le importan el ser comprendido y amado, le importa más ser él mismo; al fin y al cabo, asume su condición de raro.
Al raro, al verdadero raro, al raro convencido, al raro que ya es un raro sabio, no le importa el rechazo de los normales. Pero, para llegar a ese estado de serenidad, pagó el precio. El rechazo le dolió, aún tiene las cicatrices en el alma. Porque lo más normal de los normales es la crueldad. Un deporte normal es el normal hostigamiento a los raros. Así que si un raro sabio declara que le importan muy poco los normales y sus condenas, es porque ese raro sabio ya los enfrentó y sobrevivió a sus ataques.
Los normales dicen que el raro sabio es un arrogante, es que para ellos todo raro que deja de escucharlos, que deja de sufrir con sus palabras, es un arrogante.
¿Cuándo comenzó la persecución? ¿Cuándo a los normales se les hizo insoportable la presencia de los raros? Y lo peor. ¿Cuándo a los normales se les hizo insoportable la ausencia de los raros? Todo raro que deja de escucharlos es un ausente.
Sería terrible concluir que para ser normal, hay que cubrir una cuota de acoso a los raros. Pero, ¿no es eso lo que indican las evidencias? Sería terrible concluir que para ser normal, hay que impedir que los raros se alejen del dolor. Pero, ¿no es eso lo que indican las evidencias?

domingo, 10 de febrero de 2013

LA SITUACIÓN



La cosecha
 
¿Por qué estar de porfiado?
Giovanni Guerrero
Hay una situación X. La situación X no es de mi incumbencia. Alguien me echa un cuento sobre la situación X. Repito el cuento que me echaron. Me reclaman por repetir el cuento que me echaron. Resulta que el cuento sólo era eso, un cuento, mucha ficción y poca realidad. ¿Cuál es el punto? Que la situación X no es de mi incumbencia y por lo tanto no cabe ninguna participación de mi parte en ella, aunque hubiese repetido algo que no fuese un cuento, algo que fuese realidad. Al fin entendí y comprendí un refrán que escuché de joven: vive y deja vivir. Gracias al cuento, mejor dicho, al chisme ni viví, ni dejé vivir.
El otro es un misterio para mí, también lo soy para él; quizás podría tener una  aproximación, poco o bastante acertada, de sus pensamientos, sentimientos y motivos, pero esa aproximación nunca será exacta, siempre debo entenderla con un porcentaje de incertidumbre; el otro se encuentra en igual situación conmigo.
Y es la incertidumbre quien me obliga a concluir que vivir y dejar vivir es la actitud de vida que alienta a esperar los acontecimientos. Ver que hace el otro, observar como reacciono. Vivir y dejar vivir es la actitud no es indiferencia o falta de solidaridad, vivir y dejar vivir es darle espacio a la vida. Que fluya la vida y que no sea detenida por un juicio a priori. 
Recuerdo los muñecos conocidos como porfiados. Uno les da un golpe y ellos caen y regresan por más. Eso no es fluir. Eso, más bien, es morir y dejar morir. Pretender adivinar al otro sin evidencia contundente, arrastrado por los prejuicios y chismes  es imitar a los porfiados. Y así, es verdad, lo único que se ganan son golpes y nada más.