“Debemos mantener la mente abierta, pero no tan
abierta que se nos caiga el cerebro.”
Carl Sagan
El terraplanismo existe. Sigue siendo un
reduccionismo del conocimiento sufrido por gente, con o sin título
universitario, que asume ser muy lista ya que puede explicar fenómenos que los
expertos no llegan a comprender. Las redes sociales les han dado poder y lo usan.
Los nuevos terraplanistas, a la hora de
interpretar lo observado, dudan de lo lógico y evidente. ¿Por qué? Porque fracasan
a la hora de ordenar sus pensamientos. ¿Por qué? Porque parten de un punto falible:
que son más listos que los demás.
No es gratuito que todo libro de texto incluya la
humildad como una de las cualidades del científico, en este caso, ¿qué es ser
humilde? Pues tener buenas relaciones con la realidad y eso implica lidiar con el
hecho de que somos más ignorantes de lo que queremos admitir.
Otra característica que no puede tener el
científico es la ingenuidad. La gran ingenuidad del siglo 21 es pensar que los me
gusta de las redes sociales convierten en verdadero cualquier argumento. Es la malicia
quien mueve al investigador a dudar y preguntar. Ahora bien, me dirán que
aquellos a los que denomino terraplanistas cuestionan el establecido
científico. La ciencia es un método, el orden establecido es el capitalismo. Los
nuevos terraplanistas se riñen con el método científico, sin cuestionar las estructuras
económicas que permiten que las riquezas del comercio tecnológico queden en pocos
bolsillos. Son antivacunas, pero votan por los políticos cuya agenda oculta contiene
reducir las pensiones de retiro.
Los antiguos terraplanistas vivían con miedos resueltos
con otros miedos que reducían sus facultades cognitivas y emotivas. La vida del
nuevo terraplanista es un rosario de mitos explicados con otros mitos. Ayer y
hoy, horizonte limitado, ¿eterna dominación?