“La potencia artística de la naturaleza, no ya la de un ser humano individual, es la que aquí se revela: un barro más noble, un mármol más precioso son aquí amasados y tallados: el ser humano.”
Friedrich Nietzsche
Para este negocio de hacer cronologías no soy muy bueno que digamos. Muchos autores ya han dicho que la memoria es selectiva y la mía, en particular, es sumamente infiel al orden de ocurrencia de los hechos. Ello no es problema. Es que no quiero hacer historiografía. Deseo hacer una vidagrafía, mi testimonio de un proyecto.
Antes, permíteme hacer una pequeña y aparente digresión. Si un bosque es consumido por un violento incendio, lo más probable es que no pasen muchas semanas sin que el espacio donde antes había árboles, sea ocupado por lozanos retoños que a su debido tiempo crecerán y se convertirán en los nuevos gigantes clorofílicos.
Creo que no tendrás mayores problemas en coincidir conmigo y definir a la Invasión militar del 20 de diciembre de 1989 como un violento incendio. Incendio que no sólo destruyó los hogares de cientos de panameños habitantes del barrio de El Chorrillo, también las estructuras del poder político imperante hasta ese momento. Incluso, el mundo literario.
Así como luego de un fuego en el bosque aparecen nuevas florestas, así en la literatura panameña apareció un espacio que fue llenado por nuevos y nuevas poetas. Dimas Lidio Pittí le dio una oportunidad a Héctor Collado y este la aprovechó: dictar un taller de poesía.
El Teatro Universitario al aire libre (T. U. A. L.) de la Universidad de Panamá fue, sino el primer local de dicho seminario, el más emblemático. A la sombra de los árboles que lo circundan, sentados sobre sus escalones con manchas húmedas de musgos, moviéndonos lo necesario para esquivar al agresivo sol matutino y huyendo, cuando tocaba, de la lluvia, nacieron nuestros versos, una larga amistad entre nosotros sus participantes, nuestro sólido compromiso con la literatura y, sobre todo, un profundo compromiso con la vida. Con la VIDA de calidad, así, en mayúsculas.
En aquellos días, con ese seminario, nació el Taller José Martí, que si bien es cierto no tuvo la más larga de las duraciones orgánicas, si logró impactarnos a nosotros, los que en vez de quedarnos en casa durmiendo hasta tarde, asistíamos piadosamente cada sábado a departir nuestra poesía en la mañana y cervezas en la tarde.
Poco más de una década más tarde, ya han aparecido nuevas generaciones de poetas, lo cual es una magnífica noticia; ahora hay más locales públicos y comerciales dispuestos a recibir a la poetada en sus andanzas; eso de reunirse al aire libre como que ya no es “necesario”, espero que eso no signifique reuniones de almas atrapadas, porque la magia del T. U. A. L. permitía que así como circulaba sin trabas la brisa, así nuestros espíritus fluyeron desencadenados.
El Taller José Martí fue un espacio donde la diversidad era admitida, tal como lo son los diferentes verdes bajo la sombra de los gigantescos árboles de La Colina de la Universidad de Panamá. Algunos poemas nacidos en sus entrañas fueron como el agresivo sol de la mañana, otros como la humedad de los musgos, incluso, unos cuantos serían tan impertinentes como la lluvia.
Sin embargo, todos tenían un olor y sabor muy particular: a vida. Esa que se escribe en mayúscula cerrada. Esa de la que escriben los poetisos y las poetas cuando se han convertido en poemas.
Friedrich Nietzsche
Para este negocio de hacer cronologías no soy muy bueno que digamos. Muchos autores ya han dicho que la memoria es selectiva y la mía, en particular, es sumamente infiel al orden de ocurrencia de los hechos. Ello no es problema. Es que no quiero hacer historiografía. Deseo hacer una vidagrafía, mi testimonio de un proyecto.
Antes, permíteme hacer una pequeña y aparente digresión. Si un bosque es consumido por un violento incendio, lo más probable es que no pasen muchas semanas sin que el espacio donde antes había árboles, sea ocupado por lozanos retoños que a su debido tiempo crecerán y se convertirán en los nuevos gigantes clorofílicos.
Creo que no tendrás mayores problemas en coincidir conmigo y definir a la Invasión militar del 20 de diciembre de 1989 como un violento incendio. Incendio que no sólo destruyó los hogares de cientos de panameños habitantes del barrio de El Chorrillo, también las estructuras del poder político imperante hasta ese momento. Incluso, el mundo literario.
Así como luego de un fuego en el bosque aparecen nuevas florestas, así en la literatura panameña apareció un espacio que fue llenado por nuevos y nuevas poetas. Dimas Lidio Pittí le dio una oportunidad a Héctor Collado y este la aprovechó: dictar un taller de poesía.
El Teatro Universitario al aire libre (T. U. A. L.) de la Universidad de Panamá fue, sino el primer local de dicho seminario, el más emblemático. A la sombra de los árboles que lo circundan, sentados sobre sus escalones con manchas húmedas de musgos, moviéndonos lo necesario para esquivar al agresivo sol matutino y huyendo, cuando tocaba, de la lluvia, nacieron nuestros versos, una larga amistad entre nosotros sus participantes, nuestro sólido compromiso con la literatura y, sobre todo, un profundo compromiso con la vida. Con la VIDA de calidad, así, en mayúsculas.
En aquellos días, con ese seminario, nació el Taller José Martí, que si bien es cierto no tuvo la más larga de las duraciones orgánicas, si logró impactarnos a nosotros, los que en vez de quedarnos en casa durmiendo hasta tarde, asistíamos piadosamente cada sábado a departir nuestra poesía en la mañana y cervezas en la tarde.
Poco más de una década más tarde, ya han aparecido nuevas generaciones de poetas, lo cual es una magnífica noticia; ahora hay más locales públicos y comerciales dispuestos a recibir a la poetada en sus andanzas; eso de reunirse al aire libre como que ya no es “necesario”, espero que eso no signifique reuniones de almas atrapadas, porque la magia del T. U. A. L. permitía que así como circulaba sin trabas la brisa, así nuestros espíritus fluyeron desencadenados.
El Taller José Martí fue un espacio donde la diversidad era admitida, tal como lo son los diferentes verdes bajo la sombra de los gigantescos árboles de La Colina de la Universidad de Panamá. Algunos poemas nacidos en sus entrañas fueron como el agresivo sol de la mañana, otros como la humedad de los musgos, incluso, unos cuantos serían tan impertinentes como la lluvia.
Sin embargo, todos tenían un olor y sabor muy particular: a vida. Esa que se escribe en mayúscula cerrada. Esa de la que escriben los poetisos y las poetas cuando se han convertido en poemas.